En el número 15 de Santo & seña. la revista que cada cierto tiempo nos llega del Quindío, publiqué la siguiente reseña sobre el libro YO NO MATE AL PERRITO Y OTROS CUENTOS DE ENEMIGOS, del escritor antioqueño David Betancourt, también autor del volumen BUENOS MUCHACHOS (Universidad de Antioquia, 2011) y del recientemente aparecido UNA CODORNIZ PARA LA QUINCEAÑERA Y OTROS ABSURDOS (2014)
LA FELICIDAD ADENTRO
Es tan raro que un libro de
cuentos se reedite, sobre todo en Colombia, que
tal excepción invita de inmediato a la lectura, más si mereció un concurso
internacional de escritura creativa, su autor es joven y la reedición fue
pronta. Y Yo no
maté al perrito y otros cuentos de enemigos no decepciona.
David Betancourt le apuesta a la oralidad, por lo que es probable que
algunos críticos digan que es discípulo de la Escuela de Andrés Caicedo, como
si el malogrado escritor caleño fuera la única fuente aceptable de esta posibilidad
y no existieran Juan Rulfo, Cabrera Infante y Bryce Echenique, como si Umberto
Valverde, coterráneo y coetáneo de Caicedo, para movernos poco, no hubiese
influido a nadie con su Bombá Camará
(México, 1972).
Es posible que David
Betancourt sea admirador de nuestro suicida más hábilmente promovido, pero su
forma de enfocar los temas es distinta. Aunque también le interesan la juventud
y sus costumbres, y lo que pasa en las
calles de la ciudad y cómo hablan sus habitantes, su apego al realismo se
orienta más hacia el humor que hacia obsesiones personales focalizadas en la
música, las drogas y el cine. Así sus
voces monologantes, las más y las más certeras, incluso cuando las matizan
pequeños diálogos, se centran en realidades pequeñas, barriales, en dramas de
cuadra, de colegio, de familia, que en varios de los cuentos nos inmiscuyen en
la violencia cotidiana de Medellín, al punto que dos de ellos, Último partido y Única oportunidad, muestran el antes y el después de un crimen
absurdo, momentos marcados por la adicción al fútbol. La cuidadosa construcción
de personajes a través de ritmos narrativos, muletillas, voseo, referencias a
la cultura popular, permite a Betancourt enriquecer sus párrafos con observaciones
muy agudas sobre nuestra sociedad y sobre la condición humana, que de ninguna
manera desentonan. Quizá haya lectores que sientan que las diferentes voces
suenan bastante similares y es lógico porque sus dueños son cercanos en edad, origen
y experiencias. De otro lado, es una opción perfectamente válida conservar un
tono narrativo invariable (Así lo hace Enrique Serrano en su alabado libro La marca de España, de 1997, aunque sus
personajes pertenecen a siglos y civilizaciones diversas).
Betancourt también se
permite en Detrás de mí un breve
esperpento sobre el establecimiento cultural en el que una celebridad literaria
de primer orden aburre a un auditorio variopinto que poco a poco deserta. Al
final solo el narrador soporta su larguísima conferencia: “El maestro Nichsel
me ve y, al no encontrar a nadie, se estriega los ojos con los dedos, con la
esperanza de que la gente aparezca. Se le sube la tristeza a la cara, no lo
puede creer, tiene ganas de llorar, y con un gesto me pide que lo espere, que
no me vaya, me dice que no le huya a la literatura colombiana, que solo le
faltan veinte páginas”.
En Yo no maté al perrito y otros cuentos de enemigos caben también otras
posibilidades técnicas, y es así como en Abrázame
fuerte una narración que alterna la segunda y la tercera persona, nos
cuenta la noche de fiesta de una pareja, cada uno con sus propios amigos, con
sus propios deseos, con su propia infidelidad, en un juego de espejos que a
veces parece producto de los celos, pero que en las últimas cinco palabras,
aisladas y escuetas, desprovistas de cualquier énfasis, se revela cierto. Este
final, uno de los mejores, contrasta con otros, por fortuna pocos, en los que
Betancourt se empeña en sorprender o en conseguir el efecto humorístico.
“En la mañana tenía
la felicidad adentro”, escribe Betancourt. Esperemos que su día siga siendo
bueno.
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