El país vivía una época de inestabilidad política. Bolívar había muerto dos décadas antes y muchas de las figuras destacadas habían participado en las guerras de la independencia y en las civiles que les siguieron, y sus vidas estaban marcadas por las figuras de Bolívar y Santander, y por lo tanto, por los odios partidistas. Estaba en el poder José Hilario López, un liberal que decretó la emancipación de los esclavos, propósito que ni siquiera Bolívar había llevado a buen término; expulsó a los jesuitas con todas las polémicas, altercados, conatos de revolución y turbulencia social que aquella decisión le trajo al país, y adelantó uno de los juicios más discutidos de la historia de Colombia, el del Dr. Russi y sus compañeros, que fueron ajusticiados como simples atracadores, con lo cual, según algunos, aplastó una de tantas revueltas políticas de la época.
¿Cómo enfrentó Octavio Escobar Giraldo el peso de la historia para la configuración de su novela?
Lo enfrentó de una forma bien interesante, con la ironía. La novela 1851 da cuenta de aquellos hechos de manera puntual, pero con un estilo juguetón y tomándose amplias licencias. Todo revela ironía y el propósito de desmitificar: el título, la paráfrasis de obras conocidas, el juego de la fuentes narrativas, los diálogos entreverados que conducen la anécdota, las jergas concurrentes, la estructura basada en fragmentos significativos. Con tales elementos, el autor configura una nueva realidad histórica, plenamente encajada en la cultura moderna, digo moderna por no decir posmoderna.
Respecto de la biografía académica, el texto de Escobar Giraldo se presenta, desde las primeras páginas, como una parodia. Es decir, no niega la tradición pero la pone en cuestión respecto de los gustos contemporáneos: Dice, por ejemplo: "En este momento ciertas novelas brindarían al lector la descripción pormenorizada de los árboles que arroparon a los viajeros durante su última jornada. Hablarían del guamo, las ceibas, los robles y las diferentes clases de corozo, de los variados colores del guayacán y las hojas plateadas del yarumo, tan vistosas en medio de los tantos verdes de la selva tropical, lastimada por las quemas de los indígenas". En este tono, y con el uso de la forma retórica del listado, continúa por media página más. Luego se refiere a otras novelas más recientes, que asumen posiciones científicas para explicar el fenómeno de la colonización. Dice: "Unas más permitirían que las ideas de Freud y Marx, solitarias o en yunta, impregnaran las páginas, los renglones y la vida de los personajes". Tal pasaje concluye con un hábil juego de autoconciencia narrativa: , Ésta (novela), un tanto reacia a lo arrebatos y caprichos de sus voces, al costumbrismo, la onomatopeya y el folclor, simple y melodramáticamente dirá que Juan Escobar, Pablo Arango y Jorge Botero abandonaron la sabana de Las Trojes acompañados por la llovizna, descendieron por una empinada cuesta hasta el río Pozo, lo vadearon y se internaron en el pequeño llano que conduce a la quebrada de
Otra de las estrategias es la anacronía; es decir, utilizar elementos culturales de otra época con intención irónica. Por ejemplo, refiriéndose a la misma Marcela de los Milagros Jaramillo Jaramillo dice que era "De muy elegante porte y medidas perfectas, 90-68-105 (...) Nacida bajo el signo de capricornio hace catorce años, tiene un rostro armonioso, ojos lindos y muy buena figura (...) Su mayor deseo es viajar a Medellín, Popayán o Santa Fe de Bogotá para estudiar como los hombres", y concluye con esta perla: "No se ha realizado ninguna cirugía estética".
En otro lugar describe un acto de amor con todas las arandelas de las obras más descarnadas de hoy. Al final la voz narrativa se pregunta: "¿La escena precedente es factible antes de Freud, Brigitte Bardot, Henry Miller y el código Hays? Consideran los expertos que en el siglo XIX el sexo orogenital era una delicadeza confinada al burdel; en los hogares respetables se usaban esas obscenísimas prendas de noche con un agujero en la mitad, que sólo se abría con fines procreativos. En fin. Sigamos".
El uso de la anacronía aparece en otros lugares: afirma que "Juan Escobar se aleja de sus acompañantes y desdobla el mapa de Parsons, asegurándose de que siguen la ruta correcta". Es claro que el personaje de Juan Escobar no tenía el mapa de Parsons a su disposición, porque Parsons dibujó el mapa ocho décadas después de los episodios narrados (...) Otro elemento que vale la pena destacar es el del folletín. La novela de folletín, lejana antecesora de las telenovelas de hoy, fue determinante para la configuración del género en el XIX. Es decir, por la época en la que tenía lugar la colonización, el género novelesco florecía principalmente como folletín.
Desde el punto de vista estructural, concluir una novela es tan difícil como comenzarla. Desde una perspectiva tradicional, el final debe ser sorprendente; al mismo tiempo, debe dejar concluidas las vertientes narrativas que se abrieron en el transcurso del relato y, sobre todo, debe dejar satisfecho al lector. En el caso de la novela de Escobar Giraldo, el protagonista guía la acción a través de varios escenarios y, al final, el autor asume copia, parafrasea uno de los capítulos más famosos y a la vez más enigmáticos del Quijote, el octavo de la primera parte cuando don Quijote se enfrenta con el vizcaíno en feroz combate (...). Escobar Giraldo adopta casi textualmente estas palabras para concluir su novela: "Levantan los machetes. Acicateados por una explosión cercana, los dos corren el uno contra el otro, cada cual con determinación de abrir al contrincante por el medio, pero en este punto y término cesan los testimonios escritos sobre Juan Escobar, aunque para el lector resulte increíble que una vida como la suya sea entregada a las leyes del olvido sin que archivos o papeles sueltos aporten el final de la historia".
La lectura es agradable. Abundan los diálogos. Los personajes se expresan a sí mismos con una lenguaje directo, cargado de sabor regional, pero sin el abuso de localismos propio de las novelas costumbristas. Con frecuencia, y esto es visible en las novelas decimonónicas, los diálogos se extienden innecesariamente, haciendo difícil y aburrida lectura. En la novela de Escobar Giraldo, la narración se impulsa por los diálogos. Pero estos asumen la forma del fragmento. Son cortos, revelan situaciones específicas, iluminan sobre el carácter de los protagonistas y sobre el contexto. Con frecuencia son, en si mismos, pequeñas joyas de ingenio, microrelatos de gran valor literario. Entreverados entre los diálogos, encontramos pequeños textos de los personajes históricos y de las fuentes citados, o tomados de la tradición oral, por ejemplo sobre como se prepara un plato típico, cómo se cura una enfermedad venérea, el juego de dominó, sobre arrieros, historias de minas, matrimonios, junturas amorosas de todo tipo; la intervención de los curas en las vidas privadas, los efectos locales de la política anticlerical del gobierno, la circulación de los chismes, las normas para fundar un pueblo, algún dato histórico sobre la concesión Aranzazu o sobre el contrabando que llegaba a la región a través del Chocó y Cartago, sobre las guerras civiles y las acciones militares.
En la carrera de los novelistas, es frecuente que sus primeros libros estén inspirados en eventos personales o en recuerdos de niñez. La novela histórica aparece después, cuando el autor ha alcanzado la plenitud. Acudir a la Historia, ese inmenso depósito de humanidad, es un rito y una tentación, porque entonces es posible reutilizar, copiar, parodiar, plagiar, adoptar o contradecir. Tal es el caso de Escobar Giraldo. Su novela nos abre de nuevo el abismo de nuestro pasado y nuestra identidad sobre la cual pretendemos fundar lo que sabemos o creemos saber de nosotros mismos.
Álvaro Pineda Botero
No hay comentarios:
Publicar un comentario