martes, 20 de octubre de 2015

OPINIONES DE BLAS CUBAS



Memorias póstumas de Blas Cubas (1880) es uno de los grandes clásicos de la literatura latinoamericana. Joaquim Maria Machado de Assis (1839-1908) se adelanta a su tiempo al hacer que esta novela sea protagonizada por un burgués cómodo, solterón, cínico y por momentos antipático. Antihéroe en toda la extensión de la palabra, también bailarín de vals, difunto autor según su propia definición, nació en Rio de Janeiro el 20 de octubre de 1805 y mientras cuenta su vida va destilando opiniones, como las que aparecen a continuación.

El amor de la gloria es la cosa más verdaderamente humana que hay en el hombre y, por consiguiente, su aspecto más genuino.

¿Quién no es un poco engreído en este mundo?

La naturaleza es una grande caprichosa y la historia una eterna cortesana.

Nadie se fíe de la felicidad presente; hay en ella una gota de la baba de Caín

La frente más hermosa del mundo no es menos hermosa si la ciñe una diadema de piedras preciosas; ni menos hermosa, ni menos amada.

Una dama hermosa bien puede amar a los griegos y amar sus regalos.

No hay nada tan inconmensurable como el desdén de los difuntos.

Los hombres valen por diferentes maneras, y las más segura de todas es valer por la opinión de los demás hombres.

La naturaleza es a veces un inmenso escarnio.

Bienaventurados los que no se van, porque de ellos es el primer beso de las muchachas.

Esta injuria merecía ser lavada con sangre, si la sangre lavara cosa alguna en este mundo.

Tal vez una comparsa menos hiciese fracasar la comedia humana.

¡Ventilad vuestras conciencias!

Un desván del tejado es infinito para las golondrinas.

El vicio es a menudo el abono de la virtud, y ello no impide que las virtud sea una flor perfumada y sana.

La vida es el más ingenioso de los fenómenos, porque sólo aguza el hambre con el fin de deparar la ocasión de comer, y no inventó los callos, sino porque estos perfeccionan la felicidad terrestre.

La veracidad absoluta es incompatible con un estado social adelantado, en que la paz de las ciudades sólo se puede alcanzar a fuerza de embustes recíprocos.

La avaricia es tan sólo la exageración de una virtud.

Muchas veces el hombre, aún dando betún a las botas, es sublime.

(Memorias póstumas de Blas Cubas. Traducción de A. Alatorre. Fondo de Cultura Económica)

martes, 21 de abril de 2015

ESCOBAR GIRALDO: UN LABERINTO MORAL

ESCOBAR GIRALDO: UN LABERINTO MORAL

Luis  Alonso Girgado – Diario de Ferrol


El narrador colombiano Octavio Escobar Giraldo, con un ya significativo bagaje de títulos en su haber, viene oportunamente a esta página como ganador del Premio de novela corta Ciudad de Barbastro con su novela “Después y antes de Dios” (Ed. Pre-Textos, 2014). De momento, la única duda que tenemos es que sea esta de Escobar Giraldo una novela corta. Por otro lado, lo que leímos de este colombiano, al menos lo más reciente, es lo publicado en la extremeña Editorial Periférica; no tenemos memoria de su presencia anterior en nuestro panorama editorial, aunque es posible que nos falle la memoria.
Pero en cualquier caso, lo que aquí importa es situar “Después y antes de Dios” como nuevo asedio al tema del crimen y la muerte violenta en Colombia y a la subsiguiente atmósfera de descomposición moral del país, visto como un territorio en alerta roja bajo la vigilancia de sectores y grupos que ejercen eficazmente un trágico control en lo individual y en lo colectivo. En el centro de esta laberíntica y circular historia se sitúa un singular narrador-protagonista, “la doctora”, cuya construcción alcanza una polifacética personalidad humana, suma de víctima y victimaria, de poder y sometimiento, de afirmación y fragilidad. Una compleja figura en la que anidan fealdad y lesbianismo e incluso se tiñe de un persistente poso de religiosidad que impregna otras vertientes humanas, sociales y hasta políticas de esta rara y distorsionada novela. Las referencias a El Greco y sus figuras no son para nada ociosas o casuales en esta fábula narrativa que parte – bruscamente – de un hecho criminal y se desarrolla en abrupta fuga que el novelista deja en suspenso, abierta; tal vez como incierto fracaso.
Aunque es Manizales, patria chica del novelista, el escenario eje, la novela conjuga referencias a la Colombia rural y a la urbana, manejadas y asaltadas ambas por el terror, el crimen, la corrupción que el novelista refleja en una esfera menor, entre personal y familiar; un microcosmos cerrado pero vivo y amedrentador, anclado en un régimen casi feudal que impone el poder de sus privilegios frente a toda ley.
Es “Después y antes de Dios” la suma de no pocos quebrantos, locuras y extravíos; es la destructiva confluencia de males y daños que atentan contra el derecho a vivir y a afirmarse del individuo; es la constatación de una imposible modernidad impedida por rancias tradiciones y creencias, por jerarquizaciones rígidas que inmovilizan cualquier asomo de libertad en un país desangrado hasta la extenuación.
Estamos, en suma, en cosmovisión y personajes, ante una historia turbia y degradante; ante una ruta imposible de violencia, autodestrucción y pesadilla. Todo un conjunto de fuerzas contrarias chocan aquí, en figuras de dolorosa entraña humana (la “doctora” especialmente) devoradas por el insaciable Saturno que revive en Colombia hasta en pequeños e íntimos reductos que los novelistas penetran una y otra vez con igual diagnóstico, cambien o no los protagonistas. En síntesis, una nueva vuelta de tuerca al tema de la violencia colombiana como lacra no extinguida es lo que se deja ver en esta novela de Escobar Giraldo.

martes, 7 de abril de 2015

Orlado Mejía Rivera analiza mis tres últimas novelas

En su serie La biblioteca del dragón, que periódicamente ofrece en Papel Salmón de La Patria, Orlando Mejía Rivera reflexiona con generosidad sobre mis tres últimas novelas.


Octavio Escobar y su trilogía narrativa caldense


Por: Orlando Mejía Rivera.

En general, el paso de los años lleva a las personas a tomar el tobogán del descenso de la vida. Se deterioran la fuerza y la agilidad del cuerpo, las esperanzas en el futuro se derruyen ante la cotidianidad gris donde ya no sucede nada. A la memoria se le adhieren agujeros profundos de olvido y después de los cincuenta años la niebla del escepticismo llega a nosotros como un bálsamo de tranquilidad o una lucidez melancólica. Sin embargo, ese mismo tiempo transcurrido, que se convierte en la lepra de las ilusiones humanas, es también el mejor regalo para el sabor de los vinos y la escritura de los novelistas.
Las últimas novelas de Octavio Escobar Giraldo reflejan esa madurez de su oficio literario y el logro de un estilo propio identificable para el lector, basado en las técnicas del minimalismo narrativo y en los diálogos secos y creibles que están construidos sobre el silencio de lo no dicho. De igual manera, su mundo narrativo que se inició huyendo de los espacios propios de su región y su ciudad, viajando con la imaginación a la Nueva York del Último diario de Tony Flowers (1995), o al Madrid de El álbum de Mónica Pont (2003), o al Juanchaco de Saide (1995), ahora vuelve con nitidez explícita a las coordenadas de su departamento Caldas y de su ciudad Manizales. Este retorno es otro signo de su madurez de escritor y la comprensión de que uno de los mayores retos para un novelista es, como señaló el gran Tolstoi, descubrir la universalidad de su aldea.    

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En 1851, folletín de cabo roto (2007) el autor nos cuenta de las aventuras de Juan Escobar, de sus amigos, de su familia, de sus amores, ubicadas en la mitad del siglo XIX en las tierras de Antioquia la grande; nos hace introducirnos en la historia de los arrieros, de la colonización antioqueña, del episodio de la denominada concesión Aranzazu, y en los orígenes de pueblos como Salamina y Neira. En este contexto es una novela histórica, que gracias a la voz narrativa principal en tercera persona, tiene varias de las características de lo que el crítico Seymor Menton denominó "Nueva novela histórica": Ficcionalización de personajes históricos, alteración consciente de la historia y, en especial, la presencia de la metaficción y la intertextualidad. Veamos un buen ejemplo de metaficción. Juan Escobar y Serafina, la esposa de su primo, acaban de tener una intenso acto sexual, donde a pesar de la inexperiencia y el recato de ella, la mujer se atrevió a felarlo con resultados exitosos. Después la voz narrativa comenta: "¿La escena precedente es factible antes de Freud, Brigitte Bardot, Henry Miller y el código Hays? Consideran los expertos que en el siglo XIX el sexo orogenital era una delicadeza confinada al burdel." La intertextualidad explícita de la novela atraviesa toda la obra y el autor al final da cuenta de los libros de historia y de ensayo que le sirvieron para la documentación de su libro.
El personaje Nicanor Duque, comerciante y buen amigo de Juan Escobar, es el lector del Quijote de Cervantes que permite que el libro tenga la presencia no de un intertexto más, sino del hipotexto central (en el sentido que le da Genette a la expresión) de la novela 1851. La relación que se establece con el Quijote no es paródica, ni irónica, ni imitativa, sino de una continuidad alegórica. Lo quijotesco como alegoría se encuentra en la vida dura, pero noble, de Juan Escobar y sus amigos. Lo quijotesco entendido como esa tendencia a creer en los afectos duraderos, en los sueños de una existencia distinta a la realidad, en la búsqueda de sí mismos a pesar de las adversas condiciones del medio.
1851 es un texto que se nutre de la ambigüedad y no toma partido evidente por los hechos históricos que se relatan allí. Sin embargo, entre líneas aparece expresada la crítica sociopolítica que representa la anécdota histórica de la concesión Aranzazu. La obra revela algo que se puede rastrear hasta nuestros tiempos actuales: el contubernio entre poder político, despojo de tierras y posterior legalización fraudulenta de las mismas. Todos sabemos acá que en el origen de varios poderes regionales familiares se encuentra la apropiación indebida de tierras a campesinos en distintas épocas de la violencia política de Colombia. Casi que la historia de la novela es también una metáfora de un fenómeno que viene desde tiempos de la Colonia y que sigue vigente con otros nombres y tierras. Esta novela de Octavio me ha recordado que la literatura tiene el poder de no hacer olvidar lo que algunos están interesados en sepultar para siempre.

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En Cielo parcialmente nublado (2013) su protagonista Andrés Giraldo vuelve a Manizales después de 13 años de vivir en Madrid. Es el enero de la feria del año 1999. Su regreso es obligado debido a que su madre le cuenta que su papá se está enloqueciendo, porque ha comprado un baul donde guarda sus objetos más preciados y ha dicho que venderá la casa, pues a la guerrilla le están negociando el país en el Caguán y Pastrana dejará que se apoderen de él. Cuando Andrés le dice que está exagerando, Jaime le contesta: "Este país se está acabando y yo soy parte de él, no soy como usted que tiene su vida en otra parte". Mientras deciden conseguirle una cita con un psiquiatra, amigo de su hermana Maria Fernanda, los lectores vemos aparecer la principal protagonista de esta novela por medio de los ojos de Andrés: la ciudad.
A través de una serie de diálogos concisos y de escenas que recuerdan al lector la intensidad narrativa cinematográfica, que ha influido tanto a Escobar, somos testigos de la ciudad interior y simbólica, ademas de la espacial. Giraldo vuelva a caminar por su ciudad como un coleccionista de recuerdos remotos: el barrio Estrella, la avenida Santander, su restaurante italiano favorito, el bar San Carlos, la Alta Suiza, Chipre y su niebla londinense, el estadio nuevo y su evocacion de los domingos de fútbol con su padre agitando la bandera del Once Caldas. Pero también, en medio del bullicio de la multitud en fiestas, detecta esas mismas jerarquías antipáticas que nunca le gustaron: el decadente político al que todos le rinden pleitesía, el compañero de colegio que vive de sus apellidos y del arribismo social de su mujer, la facultad de arquitectura de donde salió echado por el escándalo de subirse una noche con su amigo Juliancho a la torre de madera del cable, cuando soñaban con ser directores de cine. Ese mismo amigo, que también huyó para Bogotá, era con quien se burlaba de la letra del pasadoble Feria de Manizales: "fiel surtidor de hidalguia" --- era para Julián Restrepo una ridiculez o una eyaculación, y el segundo ---- "Manizales rumorosa" --- la constatación de la capacidad para el chisme de sus habitantes." 
En realidad en esta novela no pasa nada escandaloso, ni terrorífico, ni misterioso, porque Octavio ha escrito una novela de la clase media colombiana y en donde las pequeñas vicisitudes de la cotidianidad de sus personajes son la vida misma. La violencia de la guerra fratricida, las masacres de los paramilitares, los secuestros de la guerrilla, los ecos del Caguán, solo llegan por medio de la radio y la televisión, porque en realidad en "Manizales nunca pasa nada", como le dijo Andrés a su mujer española Angelines, antes de volar a su terruño.
No obstante, su regreso a la ciudad le permite la recuperación de los sabores y los olores de la comida de su mamá. Sin embargo, esa nostalgia saciada es también más un recuerdo que la realidad, porque cuando le expresa: "Esta es una de las cosas que más extraño en España, tus arepas --- la mordió"; ella le aclara que la que se está comiendo la compró en el supermercado, que hace muchos años dejó de hacer las arepas en la casa. Entonces, las nostalgias o las aversiones de Andrés por Manizales se van revelando como imágenes atrapadas por su memoria, y la ciudad real comienza a ser más extraña que el Madrid donde lo aguarda su mujer y su hija. Andrés, como el resto de los personajes, descubre lo que todos los ciudadanos de clase media del mundo saben: que el verdadero hogar es la familia y los afectos. Que las tragedias humanas son las tragedias del corazón.
Cielo parcialmente nublado es la novela Joyciana de Octavio Escobar, pero escrita con la estructura minimalista y fenomenológica de Chandler, donde los personajes no piensan, sino que actuan y hablan entre ellos. Pero, por eso mismo, aparece Manizales como la verdadera protagonista de esta historia; esa ciudad limpia, de apariencia tranquila, que de todos modos en ese año de 1999 tuvo algunos cambios silenciosos como los que le refirió su mamá Blanca: "No sé, mijo. En Palermo hay casas vacías porque se fueron familias completas."  

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En Después y antes de Dios (2014) Manizales ya no es una ciudad "donde no pasa nada". Por el contrario, usando como pretexto dos hechos reales que tuvieron una profunda repercusión social hace más de una década (la estafa hecha por un cura joven de abolengos ilustres a las señoras de clase alta de la ciudad y el aparente crimen cometido por una prestigiosa abogada a su madre), Escobar revela las aguas turbulentas de la tranquila Manizales: los vínculos de los aristócratas locales, los comerciantes y los paramilitares. Las piramides y el lavado de dinero. Los políticos y las bandas de sicarios.
El curioso sector de la población denominado "los pobres vergonzantes", que según su personaje el cura Daniel Ardila: "Desde hace años el párroco de la iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús solicita que los feligreses de los barrios Palermo y Sancancio apoyen económicamente a las familias con prosapia, tradicionalmente adineradas, que pierden sus riquezas por una u otra razón, por azares del destino. Incapaces de vivir con modestia o vender propiedades tan suyas como los mismos apellidos --en muchas ocasiones menos valiosas de lo que creían---, los rumores aseguran que en algunos hogares "prestigiosos" se ahorra comida para conservar la acción del Club Manizales o pagar las cuotas del automóvil último modelo". En este párrafo descarnado y sarcástico Escobar sintetiza mejor que cualquier mamotreto sociológico esa herencia manizaleña al arribismo social, que también ha quedado plasmada en la frase acuñada o repetida con ironía por otros manizaleños: "Comen pollo y eructan pavo".
Sin embargo, Escobar no escribe con rabia y resentimiento de su ciudad. Esta novela no es una novela negra, sino una parodia de la novela negra. No estoy de acuerdo con algunos de sus recientes reseñistas, que la ubican como una novela negra de denuncia social, a la manera de Chandler; o incluso, como una obra realista (de factfiction) a la manera de Capote y su A sangre fría. Es evidente el divertimento socarrón de Escobar a través de la voz narrativa de su protagonista femenina, que tiene mucho de los personajes de John Kennedy Toole, de Bret Easton Ellis y, en especial, de los intérpretes de las películas de Quentin Tarantino. La trama no está basada en la realidad del crimen mencionado, sino en la estética tarantinesca de la sangre abundante y las coincidencias que "rizan el rizo", que gracias a la imaginación de su autor y a un extraordinario ritmo narrativo logran atrapar y emocionar al lector.
Ahora bien, esta novela es, a mi modo de ver, la mejor obra que ha escrito Octavio Escobar, pero ojalá más lectores capten eso guiños irónicos, tarantinescos, incluso esperpénticos, que no tienen nada que ver con la amargura ni con el odio. Dicen que cuando Kafka leyó La metamorfosis a sus conciudadanos las carcajadas inundaron el teatro donde realizó su lectura. Fue después que la volvimos una obra metafísica y seria. Después y antes de Dios es una novela para disfrutar y sonreír ante su protagonista bigotuda, porque, por supuesto, no es la misma abogada, de carne y hueso, mi vecina Ángela, que vi y saludé por última vez ese miercoles 25 de febrero de 1998, en los parqueaderos del edificio El Carretero, saliendo del ascensor con una maleta pequeña de cuero, mientras su mamá yacía ensangrentada en su apartamento del cuarto piso.

domingo, 22 de febrero de 2015

DESPUÉS Y ANTES DE DIOS - Presentación de JORGE FRANCO

El pasado 19 de febrero, en la librería del FCE del Centro Cultural Gabriel García Márquez, el escritor Jorge Franco presentó en Colombia mi más reciente novela, Después y antes de Dios, 45 Premio Internacional de Novela Corta "Ciudad de Barbastro", publicada por Pretextos. A continuación sus palabras y las que resumen la intervención de Piedad Bonnett en el animado diálogo final.
(La foto es del también escritor Philip Potdevin, y la altiva cabeza blanca de la izquierda, la del poeta Juan Manuel Roca). 


Después y antes de Dios, de Octavio Escobar

Por Jorge Franco

 Sin desconocer que el lenguaje es la materia prima y la esencia de toda obra literaria, tengo la convicción, muy personal además, de que la magia de toda historia está en sus personajes. Más allá de las tramas y los argumentos, la credibilidad de lo que se cuenta está en quien lo hace, en quien vive las situaciones, en el tono que use para expresarse. Es un poco como la vida misma, donde quien tenga el poder de contar, el don de la convicción, hará posible cualquier historia por inverosímil que parezca. Así, cuando en un relato los personajes son bien logrados y consiguen hablarle al oído al lector, estos comienzan a salir de las páginas y a convertirse en lo que se dice comúnmente: en personajes reales. Esta mutación puede sonar un poco contradictoria cuando se entiende que la naturaleza propia de la literatura es la ficción y cuando, precisamente, uno de los más grandes esfuerzos por parte de autores es la construcción de universos propios y únicos, con personajes que rompan moldes y estereotipos. Es un proceso complejo en el que se busca engendrar personajes únicos sin que pierdan credibilidad, dueños de una humanidad que genere en el lector sentimientos y emociones. Un personaje bien logrado será el guía que lleve de la mano al lector por los laberintos de una trama, ya sea para mostrarle una verdad o incluso para tenderle una trampa; de su poder de convicción dependerá que el lector se deje llevar y lo recuerde, incluso más allá de la última página.
Y hay libros, más bien autores, que combinan con destreza la construcción de una buena trama con la creación de buenos personajes. Ese es el caso de Después y antes de Dios, de Octavio Escobar Giraldo, novela con la que conquistó en el 2014 el Premio Internacional de Novela Corta Ciudad de Barbastro y editada por Pre-Textos, y en la que un personaje excepcional, que a su vez actúa como narrador, nos lleva de la mano por los vericuetos y los pasadizos oscuros de una trama vertiginosa, en la que las sorpresas son frecuentes; un libro donde las páginas se devoran con avidez, sin dejar, eso sí, de degustar el sabor literario de cada renglón.
Después y antes de Dios nombra lo innombrable para una sociedad pacata, rigurosa en sus principios y que esconde los pecados debajo del tapete. Y al nombrarlo lo hace sin alharaca ni señalamientos, más bien con la desvergüenza de quien se acerca a un confesionario a liberarse de sus pecados, convencido de que con el perdón y la expiación se recuperan el sosiego y la dignidad. Así es el tono que usa Octavio Escobar para desarrollar un personaje tan potente que ni siquiera necesita nombre. De ella solo sabemos, al comienzo, que tiene un apellido intachable que le significa confianza y respeto. Pero a medida que la historia avanza el personaje se va desprendiendo de las capas que lo encubren y como quien pela una cebolla, esta mujer, poco agraciada, además, se va mostrando con valiente honestidad no solo para revelarse a sí misma, sino, en contraposición, para delatar a la sociedad de la que ella misma es parte, y que juzga y discrimina sin compasión a quienes transgreden las normas. El tono, ya lo dije, contribuye por su naturalidad y por su carácter íntimo a tomar distancia de cualquier provocación o crítica marcada por el resentimiento. Esta mujer, una “doctora” como todo colombiano que se vista relativamente bien y que ejerza un puesto de mando, es también el punto de conexión entre la sociedad que señala y la otra, la señalada o la que es simplemente diferente porque es mestiza, arrabalera y pobre. De este último grupo surge otro personaje entrañable, otra mujer, esta sí con nombre, Bibiana, una “indiecita” para los que señalan, y que en oposición al mundo gris y monótono de su patrona, enriquece esta historia con color y malicia, y con una vulgaridad deliciosa no solo calienta las páginas de esta novela, sino que contrasta el rigor de una cultura falsa a través de la sensibilidad, la sencillez y el riesgo de dejarlo todo para disfrutar del presente. Las dos mujeres desafían el destino, cada una a su manera; una su destino de mujer profesional y de buena familia, y la otra, la que tiene menos que perder pero que finalmente es quien más pierde, su destino de pobre, de discriminación y carencias, es decir, su ausencia de destino. Las dos se acompañan en una relación que podría llamarse amorosa, pero que está más cargada de adrenalina, de evasión y de riesgo que de las demostraciones convencionales del amor.
La misma adrenalina y el desarraigo, que son constantes en la novela, se le contagian al lector a través de una tensión muy bien manejada, de giros y sorpresas que surgen cuando toca, sin artificios, y con un lenguaje austero que es consecuente con la voz narradora, con el entorno y con su atmósfera enrarecida. No hay gratuidad en las situaciones ni en los personajes que ponen a andar esta historia. Todos están allí para cumplirle a la tragedia en su concepción más clásica, y también a la ironía, a la hipocresía, e incluso para reiterarle a esta mujer transgresora el riesgo de transitar en contravía en un entorno social donde la mayoría de las vías giran en un mismo sentido y en un país como el nuestro en el que las fuerzas oscuras, que tampoco son ajenas a esta historia, sobrevuelan a estos personajes como aves de mal agüero. Lo catastrófico es que esta mujer sabe del dominio de estas fuerzas y de la inercia del poder social al que pertenece y tal vez por eso, o también por su culpa, traza planes que no lleva a cabo y más bien se deja llevar por lo que vaya llegando y lo que decidan los demás.
Detrás de todo este andamiaje hay un arquitecto, Octavio Escobar, que supo encontrar un tono, narrar un entorno, crear una atmósfera y parir unos personajes patéticos y conmovedores para contar una historia que revela mucho de nuestra idiosincrasia. Después y antes de Dios no dejará lector indemne, sobre todo, porque los pecados, culpas y crímenes expuestos en esta historia son también los nuestros, aunque siempre estamos con el dedo erguido, listo a disparar, para buscar a quién endosárselos.


La novela Después y antes de dios, de Octavio Escobar, un thriller  con acentos bufos que agarra al lector desde la primera página, comienza con un hecho de sangre que da origen a una huida llena de tensión y divertidas peripecias. La historia, que tiene como protagonista a una fea mujer manizalita que combina la beatería con una dudosa moral, sirve en buena parte para señalar, mordazmente, los aspectos más oscuros de una sociedad tradicionalista y discriminadora.  Narrada en un tono que nos remite al cine de Tarantino o de los hermanos Coen, que saben mostrar la violencia más cruda con una mirada distante que libra sus películas de acentos aleccionadores, esta novela de Escobar, -ganadora del Premio Internacional de Novela Breve Ciudad de Barbastro y seleccionada como finalista del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana 2015-  es una obra original, escrita con gracia y mirada crítica, que debería captar los ojos de los lectores que buscan opciones interesantes en la narrativa colombiana.

Piedad Bonnett