El pasado 19 de febrero, en la librería del FCE del Centro Cultural Gabriel García Márquez, el escritor Jorge Franco presentó en Colombia mi más reciente novela, Después y antes de Dios, 45 Premio Internacional de Novela Corta "Ciudad de Barbastro", publicada por Pretextos. A continuación sus palabras y las que resumen la intervención de Piedad Bonnett en el animado diálogo final.
(La foto es del también escritor Philip Potdevin, y la altiva cabeza blanca de la izquierda, la del poeta Juan Manuel Roca).
Después y antes de Dios, de Octavio Escobar
Por Jorge Franco
Sin desconocer que el lenguaje es la materia
prima y la esencia de toda obra literaria, tengo la convicción, muy personal
además, de que la magia de toda historia está en sus personajes. Más allá de
las tramas y los argumentos, la credibilidad de lo que se cuenta está en quien
lo hace, en quien vive las situaciones, en el tono que use para expresarse. Es
un poco como la vida misma, donde quien tenga el poder de contar, el don de la
convicción, hará posible cualquier historia por inverosímil que parezca. Así,
cuando en un relato los personajes son bien logrados y consiguen hablarle al
oído al lector, estos comienzan a salir de las páginas y a convertirse en lo
que se dice comúnmente: en personajes reales. Esta mutación puede sonar un poco
contradictoria cuando se entiende que la naturaleza propia de la literatura es
la ficción y cuando, precisamente, uno de los más grandes esfuerzos por parte
de autores es la construcción de universos propios y únicos, con personajes que
rompan moldes y estereotipos. Es un proceso complejo en el que se busca
engendrar personajes únicos sin que pierdan credibilidad, dueños de una
humanidad que genere en el lector sentimientos y emociones. Un personaje bien
logrado será el guía que lleve de la mano al lector por los laberintos de una
trama, ya sea para mostrarle una verdad o incluso para tenderle una trampa; de
su poder de convicción dependerá que el lector se deje llevar y lo recuerde,
incluso más allá de la última página.
Y
hay libros, más bien autores, que combinan con destreza la construcción de una
buena trama con la creación de buenos personajes. Ese es el caso de Después y antes de Dios, de Octavio Escobar
Giraldo, novela con la que conquistó en el 2014 el Premio Internacional de Novela
Corta Ciudad de Barbastro y editada por Pre-Textos, y en la que un personaje
excepcional, que a su vez actúa como narrador, nos lleva de la mano por los
vericuetos y los pasadizos oscuros de una trama vertiginosa, en la que las
sorpresas son frecuentes; un libro donde las páginas se devoran con avidez, sin
dejar, eso sí, de degustar el sabor literario de cada renglón.
Después y antes de Dios nombra lo
innombrable para una sociedad pacata, rigurosa en sus principios y que esconde los
pecados debajo del tapete. Y al nombrarlo lo hace sin alharaca ni señalamientos,
más bien con la desvergüenza de quien se acerca a un confesionario a liberarse
de sus pecados, convencido de que con el perdón y la expiación se recuperan el
sosiego y la dignidad. Así es el tono que usa Octavio Escobar para desarrollar
un personaje tan potente que ni siquiera necesita nombre. De ella solo sabemos,
al comienzo, que tiene un apellido intachable que le significa confianza y
respeto. Pero a medida que la historia avanza el personaje se va desprendiendo
de las capas que lo encubren y como quien pela una cebolla, esta mujer, poco
agraciada, además, se va mostrando con valiente honestidad no solo para revelarse
a sí misma, sino, en contraposición, para delatar a la sociedad de la que ella
misma es parte, y que juzga y discrimina sin compasión a quienes transgreden
las normas. El tono, ya lo dije, contribuye por su naturalidad y por su
carácter íntimo a tomar distancia de cualquier provocación o crítica marcada
por el resentimiento. Esta mujer, una “doctora” como todo colombiano que se
vista relativamente bien y que ejerza un puesto de mando, es también el punto
de conexión entre la sociedad que señala y la otra, la señalada o la que es
simplemente diferente porque es mestiza, arrabalera y pobre. De este último
grupo surge otro personaje entrañable, otra mujer, esta sí con nombre, Bibiana,
una “indiecita” para los que señalan, y que en oposición al mundo gris y
monótono de su patrona, enriquece esta historia con color y malicia, y con una
vulgaridad deliciosa no solo calienta las páginas de esta novela, sino que
contrasta el rigor de una cultura falsa a través de la sensibilidad, la
sencillez y el riesgo de dejarlo todo para disfrutar del presente. Las dos
mujeres desafían el destino, cada una a su manera; una su destino de mujer
profesional y de buena familia, y la otra, la que tiene menos que perder pero que
finalmente es quien más pierde, su destino de pobre, de discriminación y
carencias, es decir, su ausencia de destino. Las dos se acompañan en una
relación que podría llamarse amorosa, pero que está más cargada de adrenalina, de
evasión y de riesgo que de las demostraciones convencionales del amor.
La
misma adrenalina y el desarraigo, que son constantes en la novela, se le
contagian al lector a través de una tensión muy bien manejada, de giros y
sorpresas que surgen cuando toca, sin artificios, y con un lenguaje austero que
es consecuente con la voz narradora, con el entorno y con su atmósfera
enrarecida. No hay gratuidad en las situaciones ni en los personajes que ponen
a andar esta historia. Todos están allí para cumplirle a la tragedia en su
concepción más clásica, y también a la ironía, a la hipocresía, e incluso para reiterarle
a esta mujer transgresora el riesgo de transitar en contravía en un entorno
social donde la mayoría de las vías giran en un mismo sentido y en un país como
el nuestro en el que las fuerzas oscuras, que tampoco son ajenas a esta
historia, sobrevuelan a estos personajes como aves de mal agüero. Lo
catastrófico es que esta mujer sabe del dominio de estas fuerzas y de la
inercia del poder social al que pertenece y tal vez por eso, o también por su
culpa, traza planes que no lleva a cabo y más bien se deja llevar por lo que vaya
llegando y lo que decidan los demás.
Detrás de todo este andamiaje hay un arquitecto, Octavio Escobar, que supo encontrar un tono, narrar un entorno, crear una atmósfera y parir unos personajes patéticos y conmovedores para contar una historia que revela mucho de nuestra idiosincrasia. Después y antes de Dios no dejará lector indemne, sobre todo, porque los pecados, culpas y crímenes expuestos en esta historia son también los nuestros, aunque siempre estamos con el dedo erguido, listo a disparar, para buscar a quién endosárselos.
Detrás de todo este andamiaje hay un arquitecto, Octavio Escobar, que supo encontrar un tono, narrar un entorno, crear una atmósfera y parir unos personajes patéticos y conmovedores para contar una historia que revela mucho de nuestra idiosincrasia. Después y antes de Dios no dejará lector indemne, sobre todo, porque los pecados, culpas y crímenes expuestos en esta historia son también los nuestros, aunque siempre estamos con el dedo erguido, listo a disparar, para buscar a quién endosárselos.
La novela Después y antes de dios,
de Octavio Escobar, un thriller con acentos bufos que agarra al lector desde
la primera página, comienza con un hecho de sangre que da origen a una huida
llena de tensión y divertidas peripecias. La historia, que tiene como
protagonista a una fea mujer manizalita que combina la beatería con una dudosa
moral, sirve en buena parte para señalar, mordazmente, los aspectos más oscuros
de una sociedad tradicionalista y discriminadora. Narrada en un tono que nos remite al cine de
Tarantino o de los hermanos Coen, que saben mostrar la violencia más cruda con
una mirada distante que libra sus películas de acentos aleccionadores, esta
novela de Escobar, -ganadora del Premio Internacional de Novela Breve Ciudad de
Barbastro y seleccionada como finalista del Premio Biblioteca de Narrativa
Colombiana 2015- es una obra original,
escrita con gracia y mirada crítica, que debería captar los ojos de los
lectores que buscan opciones interesantes en la narrativa colombiana.
Piedad Bonnett
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