Destinos nublados
Por Ángel Castaño Guzmán
Papel Salmón, La Patria, 22 de junio de 2014
La narrativa de Octavio Escobar Giraldo (Manizales, 1962) es harto conocida en los programas de literatura de las universidades colombianas. La naturaleza experimental y fragmentaria de El último diario de Tony Flowers (1995) –cuyo protagonista se llama igual al poeta colombo-español Antonio María Flórez, compañero de Escobar Giraldo en la medicina y el baloncesto– y de El álbum de Mónica Pont (2003), llamó la atención de académicos de la talla de Luz Mary Giraldo, Orlando Mejía y Jaime Alejandro Rodríguez. Posmodernidad e influencia mediática son los conceptos repetidos una y otra vez en los estudios sobre la propuesta estética del antiguo cine-clubista. Hasta ahí, nada fuera de lo común. Sin embargo, Escobar Giraldo, en sus dos últimos libros publicados en Colombia, tuvo el acierto no menor de dejar atrás las arandelas conceptuales y volver al tono escritural, acorde con el talante de un ficcionista a centímetros de alcanzar la plena madurez, de Saide (1995), noveleta policiaca que a pesar de haber sido premiada pasó casi sin dejar rastro.
Considero afortunado el cambio de registro por una sencilla razón: Cielo parcialmente nublado (2013) y Destinos intermedios (reeditada en 2014 por Intermedio) dan un paso adelante en el aprovechamiento del universo cinematográfico. El hábil entramado de los diálogos y el montaje –palabra cara para los cineastas– potencian el discurso narrativo. No hay asuntos afines con las anteriores novelas del manizalita. No abordan las obsesiones de escritores excéntricos. Enfrentan con destreza la violencia endémica del país. La primera de una manera que recuerda al Coronel no tiene quien le escriba: no hay un solo tiro en el volumen y sin embargo la bestia condiciona hasta al más pequeño acto. En la segunda sí suenan los balazos. No obstante, son los hechos, no los adjetivos, los encargados de señalar el concubinato de la política con el narcotráfico. Los comentarios de la prensa española a la primera edición de Destinos intermedios resaltan dichas virtudes.
Ni la Violencia bipartidista ni el narcotráfico ni, mucho menos, el binomio insurgencia y paramilitarismo han sido retratados con eficacia histórica y literaria. Han provocado, eso sí, un tsunami bibliográfico de mediana y baja calidad. El oleaje arrastra de todo, desde la exitosa historia en clave de balada de una asesina a sueldo hasta las confesiones de tálamo de las amantes de Pablo Escobar y Carlos Castaño. Quizá el problema radique en la escogencia de los personajes. A lo mejor sea necesario prescindir de capos y maleantes concretos, permitir a la irracionalidad propiciada por el dinero fácil hacer de las suyas en las páginas, tal como lo hace en la Colombia profunda. No lo sé. Al menos esa es la apuesta de Octavio Escobar Giraldo. En las 152 cuartillas de Destinos intermedios la barbarie altera la vida de quienes encuentra en el camino. Algunos la sufren en carne propia: el sino de Paula Cristina y Érica cambia en un parpadeo mientras calman el hambre en un restaurante a borde de carretera. Otros se benefician de ella, trocándose en cómplices inocentes: una intervención quirúrgica, pagada por Ángel Espejo, un traqueto de pistola rápida, salva la vida de la esposa de su hermano, el cuentachistes Salvador Espejo. El narco grande y el cacique político siempre quedan tras bambalinas, mueven los hilos de la vida y la muerte lejos de los reflectores. Se materializan en el fajo de billetes o en la descarga de metralla. Cualquier parecido con la realidad no es coincidencia, y por ello la novela de Octavio Escobar Giraldo merece ser leída.