Kathleen Turner en Body Heat (Lawrence Kasdan, 1981) |
Hasta hace unos años las actrices accedían a ese estatus comprometiéndose con guiones en los que la actividad sexual era parte de la vida de sus personajes, y si bien buena parte de esas películas son discutibles -Nueve semanas y media de Adrian Lyne (1986), por ejemplo-, al menos se consideraba la faceta erótica de los seres humanos como un tema digno de algún tipo de tratamiento cinematográfico. Hoy, por fuera de los circuitos alternativos, esta posibilidad es escasa, lo que contrasta con la permanente intromisión de los medios en la vida privada de las estrellas de cine, con la capacidad de algunas de ellas para alimentar las páginas de chismes con sus confesiones y con cierta aceptación del mundo de la pornografía en las discusiones cotidianas, en un juego de escándalo e hipocresía que muestra muy a las claras el temor que le tenemos a las pieles desnudas que se encuentran por motivos distintos a la procreación.
Todo parece indicar que el espíritu del código Hays, instructivo adoptado por Hollywood en 1934 para preservar la moral, es todavía atendido, en especial si se quieren vender las entradas suficientes para justificar la inversión, ya que una clasificación R implica la pérdida de la mayor parte del público. Sus "recomendaciones" prohibían las tramas en las que se irrespetara la sagrada institución de la familia y la exposición de conductas como el adulterio y otras relaciones ilícitas. Así mismo se restringía la presentación directa o indirecta de las organos sexuales masculinos y femeninos (Tampoco se debía pronunciar la palabra "caliente" al referirse a una mujer, ni mostrar su ombligo).
El tema que apenas esbozo tiene tanto de largo como de ancho. El director de cine brasileño Glauber Rocha (1938-1981) lo trató en un texto titulado EL DULCE DEPORTE DEL SEXO (Cómo se ama delante de millones de personas). He aquí algunos apartes para animar la discusión:
"El secreto de una producción de éxito comercial es la combinación de sexo y violencia: (...) Acto de matar/acto sexual se funden en un ritmo trepidante para la catarsis universal (...) El símbolo es un recurso contra la censura de los intolerantes: así el sexo del cine norteamericano es como un adorno de la vitrina y no se concentra en las partes exactas. Pestañas, cabellos, ojos y boca. Transfiguración de luces, tanto libertinaje es permitido en la zona de lo irreal, de la ilusión, de lo magico. Labios gigantescos que muerden en la pantalla..."
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