sábado, 18 de junio de 2011

LA PUERTA DEL INFIERNO

El 6 de julio de 1988, un año y medio antes de la caída del muro de Berlín,  en un largo paseo por París, dos intelectuales colombianos de estirpe freudiano-marxista recapitulan parte de sus vidas al calor de las cervezas, siempre a la vista un afiche turístico que los invita a pasar el verano en Grecia. Con mayo del 68 como referente, recuerdan la izquierda colombiana y a los viejos compañeros de la Universidad Nacional, tan dispuestos a la discusión y la rumba, tan tentados por la posibilidad de unirse a la guerrilla, y recrean las mujeres que los acompañaron -sobre todo a uno de ellos, Rolando Dupuy-, en sus idas y vueltas por una agitada juventud que se les fue sin lograr mucho: "Pero no es culpa de Freud, estimado señor, si lo utilizamos para estar de espaldas a la realidad", afirma Héctor Ugliano y remata: "Alguna vez habremos de reconocer que había algo muy inmaduro y burgués, incluso muy insano en nuestra manera de leer e intepretar la realidad a la luz de las lecturas...".
Especie de "autocrítica" a través de un desdoblamiento que el lector entenderá en las páginas finales del libro ("conforme su ser florecía en el diálogo, le transmitía a él esa extraña sensación de que nada importaba realmente, puesto que todo alrededor de ellos había dejado de existir, y el pasado en igual medida que el futuro había sido puesto entre paréntesis"), La puerta del infierno es también un homenaje a la amistad, entendida como una montaña rusa de encuentros y desencuentros que se manifiestan en la conversación: "Pues hablar a toda costa, hablar de lo que fuera y hasta por los codos, ¿qué otro viaje podían emprender después de tanto tiempo sin verse?".
Además del diálogo, erudito pero burlón, Ricardo Cano Gaviria (Medellín, 1946) usa la analepsis una y otra vez para construir una novela en la que el humor y el erotismo generan un marco que permite a Ulises, Eneas, Dante, la lírica francesa de Baudelaire a Edith Piaf, Proust, Hemingway, Flaubert, Cohn-Bendit y Sartre, por supuesto, moverse de Medellín a Bogotá, de París a Madrid, en una fiesta del pensamiento y la palabra, para nada exenta de ironía. En muchos sentidos "Mesías de la desilusión", como lo cataloga Ugliano, cuando a Dupuy le recuerdan la idea de Heidegger de que la palabra es la casa del Ser, impulsa a Solange, su más reciente compañera sentimental, a admitir que la verdadera casa del Ser es la mierda. Tampoco es muy favorable su imagen de Colombia: "A Aquiles le quitaron la doncella que merecía por motivos de guerra; los colombianos actuamos como si alguien nos hubiera quitado no una doncella, si no la mujer, la amante y hasta la abuela".
Editada simultáneamente en España, México y Colombia, La puerta del infierno es también una curiosa metáfora entomológica que arranca en un texto de Gorki y se pasea con sus antenas y sus seis patas hasta el famosísimo barrio Pigalle. Y siempre la amistad, no en balde Solange le recuerda a Rolando Dupuy: "Siempre que hablabas de él te reías tanto".

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