COMPLICIDAD DE LAS FRONTERAS
La palabra frontera evoca
hoy en mí la hermosa voz de mi padre, que se gastó contando esas largas
historias que construyeron la Colombia del siglo XX. “En el buen sentido de la
palabra, bueno”, como calificó Antonio Machado su condición de hombre, trabajó
desde la adolescencia, siempre más amigo de la previsión que de la aventura. Cuando
su salud se quebró, junto a mi hermana, excelente médica, yo, médico en
retirada, luché semana tras semana contra una frontera impuesta a todos los
colombianos. Empeñados en vencer un ordenamiento en el que lo más importante es
que la ganancia del intermediario se sostenga o crezca, transitamos oficinas,
consultorios, hospitales, laboratorios, intentando que una serie de pequeñas
decisiones se tomaran a tiempo y de la mejor manera posible. Y tuvimos éxito la
mayoría de las veces. Para conseguirlo rogamos, mentimos, adulamos, pedimos
favores, abusamos de amigos y conocidos, pagamos cuando teníamos y cuando no
teníamos que hacerlo, corrimos, guardamos la rabia tras una sonrisa idiota,
insultamos y, una que otra vez, lloramos de impotencia. Descubrimos muchos
buenos profesionales de la salud, también algunos que son tan conscientes de
que el sistema es corrupto, que obran desde esa corrupción. Desnaturalizada la
función del médico, mal pago y trabajando más horas de las que tiene el día
para sumar un salario decente, nos dieron recomendaciones y medicamentos para
el paciente que no era mi padre, nos hicieron avergonzar de ser médicos y
renegar del orgullo ancestral y del canibalismo que nos impiden defender
nuestra profesión y la salud de todos.
Esa frontera que
traicioneramente llaman “sistema de salud” es muy difícil de vencer y cada
derrota que sufríamos acercaba a mi padre a la otra frontera, la definitiva, a
esa que la enfermedad y los procesos naturales estaban señalando. Hace dos años
fracasamos, una frontera nos arrinconó contra la otra. Hoy sigo creyendo que es
injusto y brutal que en Colombia haya que luchar tanto para que alguien, todos,
sigamos vivos. Te sacrificas para asegurar un servicio esencial y un trato
digno, y terminas recibiendo de poderes que no te reconocen, porque solo
reconocen las ganancias, un acto de caritativa soberbia.
En publicaciones de
este tipo los escritores solemos ser cultos, ingeniosos, incluso ligeramente
frívolos. Sé que sería más elegante hablar de visas y escuelas literarias, me
gustaría hacerlo. Pero no, hoy no. Extraño mucho la inteligente sonrisa de mi
padre.
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