Es
habitual que los libros de poesía tengan títulos eufónicos que
sugieran atmósferas y mundos, imágenes y obsesiones, pero que siembran muy
pocas seguridades en el lector. En las fronteras
del miedo es, por el contrario, un título que sitúa, que establece y que
amenaza, que reniega de la neutralidad con una impronta que podríamos calificar
de expresionista:
Una
mujer caída lo mira sin órbitas
desde
su pesadilla azufrosa
de
rasgados vientres deshabitados
Aquí
las ambigüedades son las connaturales al lenguaje, y el carácter elusivo del
poema abarca sus esencias y misterios más íntimos, pero no sus intenciones.
Antecedidos por un verso del recientemente desaparecido Álvaro Mutis, uno de
los poetas más admirados y estudiados por Antonio María, y que proviene de Noticias del Hades: “Vengo –me dijo- de
las heladas parcelas de la muerte”, sus seis partes -Arden las sombras, El
exilio, En las fronteras, El miedo, Destino y Postfacio-, recrean un itinerario
que comienza en el paraíso perdido de la infancia y termina con doce preguntas
que se difractan con un acento existencial que bebe en las dudas fundamentales
del ser humano, pero que también es expresión de un tiempo y un lugar, del
comienzo de un siglo y de la desazón convertida en puntos del mapa colombiano, en
memoria inmensa de olvidos e ignominias: Olivares, la 19, la Galería, el río
Cauca, Caquetá, Quindío, y también de un rumbo de exilios: Panamá, Kingston,
San Juan, Lisboa, Cádiz, Barcelona, que puede ser, además, y por odiosa
coincidencia, el tránsito de las horas por el cuerpo de un ser amado, tal vez
amado; amado en alguno de los sentidos de la palabra:
Era
el amor
en
los ojos de aquellos niños,
como
el crepúsculo,
lleno
de sueños.
Pero
los amores infantiles, acompañados de juegos y promesas, huyen como huyen sus
protagonistas, voces que a veces nos hablan, que a veces son narradas, que a
veces somos. En Exilio, segunda parte
del libro, asistimos a la postergación de la esperanza, tal vez a su fin:
Los
amantes emigran,
obligados
por el odio,
y
dejan en cada posada del camino
un
proyecto de vida
que
es fugaz y perpetuo
en las caricias ansiosas que se
profesan,
y en
los sueños que tejen cada noche
entre
las sábanas del miedo.
Poesía
sin concesiones, En las fronteras del miedo
está escrito con palabras que nos acarician con sus heridas, que saben que la
belleza es un mal necesario, y es inevitable relacionarlo con Desplazados del paraíso (2003), el libro
ganador del Premio Nacional de Poesía “Ciudad de Bogotá”, en el que a través de
alusiones eruditas que enriquecen el discurrir colombiano, vamos del campo a la
ciudad, de felicidades simples a un desarraigo con el que estamos tristemente
familiarizados. Y en ese mismo sentido, no es gratuito que las últimas páginas
de este volumen recién publicado por la Diputación de Badajoz en su prestigiosa
colección Alcazaba, nos regalen otro de los libros de Antonio María, Corazón de piedra (2011), que incluyó
por ejemplo, y en la misma tónica, el poema Y
allí dejan:
Y allí
dejan la huella
sobre
el polvo,
la
hierba húmeda
y el barro;
siempre
la misma medida de sus pasos,
la
idéntica certeza
de
un andar cansino
hacia lo desconocido
por
esa ruta que marca
la
certidumbre de un rastro sin dolientes,
de
un destierro sin objeto.
Idénticas
preocupaciones éticas, nacidas de un dolor genuino, individual y colectivo,
iluminan los tres libros, que en el caso de Corazón
de piedra pueden tomar la forma del diálogo, el registro de la conversación
entre un padre y su hijo. La muerte aparece una y otra vez como indagación y
certeza, aliada del tiempo que nos aleja de la infancia y el amor, y reverbera
hacia la vida misma, enfrentándonos a visiones que, insisto, podemos calificar
de existencialistas, con los silencios como ruta y el mar como felicidad
pasajera al final de unos viajes que son siempre metáfora.
Si
en Desplazados del paraíso brillaba
una luz en el poema 14:
Alguien
tendrá que detener esto.
Alguien,
no sé quién,
debería
abrir alguna puerta de su morada,
–su
corazón incluso–
y
generoso decir, a pesar de sus heridas:
–Entra,
esta es mi casa,
bebe de
mi agua
y
reposa para siempre de la huida
Y en
Corazón de piedra la esperanza
encarna en la voz siempre ávida de saber del niño, quien pregunta por la fe, la
muerte y también por Dios, atento a las revelaciones del padre. Ahora, aquí
leemos:
En esa
línea
también
cabe
la
esperanza
oscuramente.
Creo
entender que esa esperanza se alimenta del calor de las palabras, del límite, de
la frontera:
Es el
límite.
Desdoblada
imagen
de lo que fluye y es.
Sombra
fugaz
o turbia semilla.
Inalcanzable
fuente
tras los espejos.
Impura
ofrenda.
Tenaz
destino.
Y el límite, la frontera, ¿qué son? Si, como repite el poemario, "Vivir es lo que nos hace daño", tal vez la poesía sea el límite, la frontera, la felicidad de lo fugaz, la fugacidad de la sonrisa, sin olvidar, por supuesto, como también nos lo dice Antonio María que, para empezar hay que entender "La soledad como premisa del verso".
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