domingo, 24 de noviembre de 2013

EN LAS FRONTERAS DEL MIEDO


Es habitual que los libros de poesía tengan títulos eufónicos que sugieran atmósferas y mundos, imágenes y obsesiones, pero que siembran muy pocas seguridades en el lector. En las fronteras del miedo es, por el contrario, un título que sitúa, que establece y que amenaza, que reniega de la neutralidad con una impronta que podríamos calificar de expresionista:

Una mujer caída lo mira sin órbitas
desde su pesadilla azufrosa
de rasgados vientres deshabitados

Aquí las ambigüedades son las connaturales al lenguaje, y el carácter elusivo del poema abarca sus esencias y misterios más íntimos, pero no sus intenciones. Antecedidos por un verso del recientemente desaparecido Álvaro Mutis, uno de los poetas más admirados y estudiados por Antonio María, y que proviene de Noticias del Hades: “Vengo –me dijo- de las heladas parcelas de la muerte”, sus seis partes -Arden las sombras, El exilio, En las fronteras, El miedo, Destino y Postfacio-, recrean un itinerario que comienza en el paraíso perdido de la infancia y termina con doce preguntas que se difractan con un acento existencial que bebe en las dudas fundamentales del ser humano, pero que también es expresión de un tiempo y un lugar, del comienzo de un siglo y de la desazón convertida en puntos del mapa colombiano, en memoria inmensa de olvidos e ignominias: Olivares, la 19, la Galería, el río Cauca, Caquetá, Quindío, y también de un rumbo de exilios: Panamá, Kingston, San Juan, Lisboa, Cádiz, Barcelona, que puede ser, además, y por odiosa coincidencia, el tránsito de las horas por el cuerpo de un ser amado, tal vez amado; amado en alguno de los sentidos de la palabra:

     Era el amor
en los ojos de aquellos niños,
como el crepúsculo,
lleno de sueños.

Pero los amores infantiles, acompañados de juegos y promesas, huyen como huyen sus protagonistas, voces que a veces nos hablan, que a veces son narradas, que a veces somos. En Exilio, segunda parte del libro, asistimos a la postergación de la esperanza, tal vez a su fin:

Los amantes emigran,
obligados por el odio,
y dejan en cada posada del camino
un proyecto de vida
que es fugaz y perpetuo
                en las caricias ansiosas que se profesan,
y en los sueños que tejen cada noche
entre las sábanas del miedo.

Poesía sin concesiones, En las fronteras del miedo está escrito con palabras que nos acarician con sus heridas, que saben que la belleza es un mal necesario, y es inevitable relacionarlo con Desplazados del paraíso (2003), el libro ganador del Premio Nacional de Poesía “Ciudad de Bogotá”, en el que a través de alusiones eruditas que enriquecen el discurrir colombiano, vamos del campo a la ciudad, de felicidades simples a un desarraigo con el que estamos tristemente familiarizados. Y en ese mismo sentido, no es gratuito que las últimas páginas de este volumen recién publicado por la Diputación de Badajoz en su prestigiosa colección Alcazaba, nos regalen otro de los libros de Antonio María, Corazón de piedra (2011), que incluyó por ejemplo, y en la misma tónica, el poema Y allí dejan:

          Y allí dejan la huella
sobre el polvo,
la hierba húmeda
                             y el barro;
siempre la misma medida de sus pasos,
la idéntica certeza
de un andar cansino
                       hacia lo desconocido
por esa ruta que marca
la certidumbre de un rastro sin dolientes,
de un destierro sin objeto.

Idénticas preocupaciones éticas, nacidas de un dolor genuino, individual y colectivo, iluminan los tres libros, que en el caso de Corazón de piedra pueden tomar la forma del diálogo, el registro de la conversación entre un padre y su hijo. La muerte aparece una y otra vez como indagación y certeza, aliada del tiempo que nos aleja de la infancia y el amor, y reverbera hacia la vida misma, enfrentándonos a visiones que, insisto, podemos calificar de existencialistas, con los silencios como ruta y el mar como felicidad pasajera al final de unos viajes que son siempre metáfora.  
Si en Desplazados del paraíso brillaba una luz en el poema 14:

      Alguien tendrá que detener esto.
Alguien, no sé quién,
debería abrir alguna puerta de su morada,
                –su corazón incluso–
y generoso decir, a pesar de sus heridas:
                                –Entra, esta es mi casa,
                                  bebe de mi agua
                                  y reposa para siempre de la huida

Y en Corazón de piedra la esperanza encarna en la voz siempre ávida de saber del niño, quien pregunta por la fe, la muerte y también por Dios, atento a las revelaciones del padre. Ahora, aquí leemos:

          En esa línea
también cabe
                          la esperanza
oscuramente.

Creo entender que esa esperanza se alimenta del calor de las palabras, del límite, de la frontera:

          Es el límite.
Desdoblada imagen
             de lo que fluye y es.
Sombra fugaz
               o turbia semilla.
Inalcanzable fuente
       tras los espejos.
Impura ofrenda.
                    Tenaz destino.

Y el límite, la frontera, ¿qué son? Si, como repite el poemario, "Vivir es lo que nos hace daño", tal vez la poesía sea el límite, la frontera, la felicidad de lo fugaz, la fugacidad de la sonrisa, sin olvidar, por supuesto, como también nos lo dice Antonio María que, para empezar hay que entender "La soledad como premisa del verso".

No hay comentarios:

Publicar un comentario