jueves, 31 de mayo de 2012

BAJO TUS PIES LA CIUDAD



Antonio María Flórez no se escuda tras la pertenencia a una corriente o movimiento, tampoco esgrime su condición generacional, aunque obviamente tiene contemporáneos ilustres. Le gusta mencionar las ciudades en las que ha vivido -Madrid, Bogotá, Porto Alegre, Barcelona-, pero sigue vinculado a las pequeñas poblaciones de sus orígenes, Don Benito en España y Marquetalia en Colombia, y a Extremadura y Manizales, sus referentes regionales. En vez de ocultar sus influencias, heterogéneas e iconoclastas, las pregona a través de un número de epígrafes que puede parecer excesivo, y mediante dedicatorias y referencias congrega a amigos literarios y personales alrededor de sus libros. Ha escrito arrebatado de amor y lleno de decepción; también calificó sus brevedades de "antiecológicas" y, contradictor de contradictores, ha dedicado buena parte de sus versos a la tauromaquia, convirtiéndola en tema y metáfora. En su obra se pueden rastrear canciones y películas, rimas infantiles y percusiones del rock, vocación narrativa y profundidades ensayísticas, voluntades tipográficas e improntas visuales. Profundo conocedor de la métrica y la rima -y no sólo de las del español-, su musicalidad es la del verso libre y su política, la incorrección. Autor de un libro irrepetible, Desplazados del paraíso, Premio Nacional de Literatura "Ciudad de Bogotá" en 2003, sus exuberancias y reticencias, sus veleidades y silencios, nos enfrentan a un poeta que no huye de la singularidad, tampoco de sus sonrojos.
Bajo tus pies la ciudad, publicado por de la luna libros en una colección que reconoce la importancia de unos pocos, es una compilación personal con algunas novedades y una estructura orgánica que revela que el orden también es una cualidad del caos.
Tentación para lectores inconformes.


Mi cuerpo abierto


     Mi cuerpo abierto,
desgarrado en jirones.
Tus uñas.
                Tus dientes.
El desordenado caos de tus alas
batiéndose en mi sexo.
El furor de la luz,
           la humedad de las saetas.
¡Ay abril de dragones,
                      que me quema y condena.




Voy despacio


  Oliver,
el grito de la luz
que amo
se ha callado para siempre.



         La soledad
me ha desfigurado
a golpes de silencio.



         He amado
una y tantas veces.



         He soñado
en medio de las noches
el poder de las palabras,
de los besos.



          Todo lo imaginado,
¡todo!
pero la luz se ha olvidado
que una vez fue ala,
                                  garganta
                                             y pájaro.



            Oliver,
me he sumido
en el turbio canto
de la loca lluvia,
                           de la derrota.



             Voy despacio,
amigo,
            muy despacio,
buscándote
           en el puerto,
hundiéndome

                 en la sombra.




Será abril


       Un día seré memoria
y abriré los ojos.
Habrá pasado el tiempo.
Será abril y la luna estará
de nuevo llena.
Como hoy.
Tu cuerpo sudoroso
          brillando entre mis manos

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