viernes, 18 de marzo de 2011

TERRITORIOS DE RIGOBERTO GIL

Amparado por un concepto generoso del ensayo, Territorios de Rigoberto Gil Montoya (Ediciones sin nombre, 2010) está dividido en tres partes que implican temas generales, un abordaje de la literatura regional y una serie de reflexiones sobre su propio quehacer como narrador e intelectual. La escritura, como felicidad problemática, es inicialmente discutida en su esencia y en su interacción con la internet, también como viaje y como alternativa entre lo culto y lo popular, para enseguida mostrarse en un sesudo y necesario recorrido por la cuentística del área cafetera colombiana y, como no, en la semblanza y la crítica de tres figuras principales de la cultura regional: la novelista Alba Lucía Ángel -uno de los mejores textos del libro-, el cronista Hugo Ángel Jaramillo y el médico y escritor Orlando Mejía Rivera. La última parte, Territorio de sí mismo, aborda las realidades de Gil Montoya como novelista, cuentista y profesor universitario, y un entrañable recuerdo de la educación sentimental que le representó Sandro de América. Cruzados por nombres tan diversos como Ringo, Osorio Lizarazo, Condorito, Ricardo Piglia, Adalberto Agudelo, Jean Paul Sartre, Benjamin, Mempo Giardinelli, Borges, Rulfo, Gay Talese, Barthes y el propio Sandro, estos ensayos se sustentan en un amplio y variopinto tejido de referencias, con el que Gil Montoya procede como lo hace su padre: "Cuando pienso en un oficio me invade de imediato la imagen de mi padre sastre. Caigo en la cuenta de que llevo toda mi vida viéndolo sentado frente a su máquina de coser, tras su cuerpo encorvado y sus gafas con montura torcida. De unos años para acá se vio precisado a usar gafas para enhebrar las agujas punto de oro catorce y juntar con delgados hilos, al ritmo del motor de su máquina Singer, ese complejo mapa de líneas, diagonales y curvaturas que previamente ha trazado sobre la tela".
Vale la pena destacar cual hilos sueltos, algunas citas de este placentero cajón de sastre:

La escritura es un territorio del deseo v la confrontación, un mundo posible y acaso la actitud de la que nace una apuesta por la trascendencia (...) Un territorio cuyos límites se determinan en la memoria de los otros.

¿Se presta el escritor a imponer o apoyar un orden para solaz del establishment que busca fortalecerse en una suma de discursos de la que se apropia y a través de la cual rige, adiestra, desecha y expulsa, deseoso como está de manipular miradas y de controlar debates?

Si la Internet navega la información necesaria para apoyar una exposición, ¿qué anacrónico interés me incita a dejar la comodidad de mi cuarto? (...) Gustavo (Colorado) lo supo decir mejor: una cosa es la experiencia, el saber, y otra muy distinta la información, el cúmulo de unos datos destinados al olvido. No sé si la experiencia me hace mejor lector; lo único que sé es que me hace más feliz.

El peso de la realidad le da mayor impacto al relato, lo llena de sentido y lo torna ambigua; no por eso pretendo defender la manida idea de que el hecho literario refleja la realidad. El relato construye una segunda realidad y a partir de ella la realidad misma se presenta distinta a nuestros ojos.

No todo lo que brilla es literatura, como no todo lo que es literatura deviene memorable.

¿Qué diferencia a la literatura de otros discursos o disciplinas? En primer lugar su inutilidad. Lo literario no pretende enseñar ni catequizar ni moralizar ni salvar (...) Saber de la inutilidad de la literatura hace leve al lector, lo aleja de muchos prejuicios (...) En la inutilidad del arte se revela el misterio, como en la mentira de la ficción, se revelan las verdades.

La obra narrativa de Rigoberto Gil Montoya (La Virginia, Colombia, 1966) la componen las novelas El laberinto de las secretas angustias (1992), Perros de paja (2000) y Plop (2004) y los libros de cuento La urbanidad de las especies (1996) y Retazos de ciudad (2002) También es autor del libro de ensayos Guía del paseante (2005).

miércoles, 9 de marzo de 2011

TONY FLOWERS EN EL GUGGENHEIM


El pasado 8 de marzo un público disímil y entusiasta se dio cita en uno de las salones del museo Guggenheim de Nueva York para recordar a Tony Flowers y festejar, treinta años después, la aparición de su Último diario, a través de una edición facsimilar, acompañada de material crítico y documentos varios.
Diego Arzate, exiliado cubano y editor de Lorca, una revista literaria independiente, relató sus encuentros durante los últimos meses de vida del malogrado escritor, resaltando la singularidad de su obra póstuma, confirmada por Raymond L. Williams, de la Universidad de California (Riverside), quien partió de la reñida votación en la que Flowers perdió el National Book Award de 1979 con Going After Cacciato de Tim O´Brien, para señalar sus rasgos postmodernos. También se recordó a Miriam Stein, la primera editora de Flowers, recientemente fallecida, y al tristemente célebre William A. Spielmann, responsable de que los libros de Flowers permanecieran fuera de las librerías durante la década de los ochenta del siglo pasado. Liliam P. Rivers, profesora de Literatura Comparada de la Universidad de Connecticut, atribuyó a las lecturas de H.P. Lovecraft la misoginia de los personajes masculinos de Flowers, en tanto el influjo de sus novelas en la nueva generación de narradores hispanoamericanos fue tema de J. Alejandro Rodríguez de la Universidad de Bogotá (Colombia). La socorrida tesis de sus cercanías formales y temáticas con Hemingway, Graham Greene y Frederick Forsyth, la Nueva York de la década de los setenta y la década en general, también fueron motivos de disertación, aunque muchos simplemente recorrieron la extensa galería fotográfica o se acercaron a pedir un autógrafo a Debra Jo Fondren, Playmate de 1978 y presunta amante de Flowers durante un corto período, hoy directora de casting de varias productoras cinematográficas y una de las invitadas al evento.
La única conclusión posible es que Tony Flowers volvió para quedarse y las anunciadas nuevas ediciones de sus libros recuperarán para el público a un escritor tan propio de su tiempo como Truman Capote o Andy Warhol, una figura que pertenece con propiedad al universo de las letras aunque lo tentara tanto el mundillo de la frivolidad.