miércoles, 10 de diciembre de 2014

UNA TRAMA EN LOS BORDES DEL CAMINO


Para el primer número de buensalvaje-Colombia, Rigoberto Gil, profesor de la Universidad Tecnológica de Pereira y reciente ganador del Premio Nacional de Novela de la Universidad de Antioquia, escribió este texto sobre Destinos Intermedios.

Destinos intermedios: una trama en los bordes del camino

Uno de los géneros literarios norteamericanos del siglo XX vinculado con el cine, deriva de aquellas historias cuyos escenarios suelen ser las orillas de las carreteras, con sus lugares de paso: estaciones de gasolina, moteles, estaderos y los grocery store. Me refiero a la literatura On the road: una expresión literaria que privilegia tramas en las márgenes de las carreteras, a partir de las cuales se pone en evidencia el flujo de una microsociedad, clandestina o en camino de serlo, que actúa de espaldas a las reglas generales de un sistema político y social establecido.

Fue quizá Jack Kerouac el que le dio nombre al género, cuando en 1957 publicó su novela On the road. Aunque ya había un gran antecedente: la novela Lolita, publicada por Nabokov en 1955. Esa historia de un hombre mayor y culto, Humbert Humbert, enamorado de una joven, Dolores, que recorre una parte de los Estados Unidos, de motel en motel, viviendo una pasión desbordada que lo arrojará al abismo. En el caso de Kerouac, éste narraba en su obra un largo viaje que su alter ego Sal Paradise, emprendía con sus amigos saliendo de Nueva York y recorriendo parte de las ciudades estadounidenses durante tres años, hasta bajar al Distrito Federal de México. Una ruta que en algún momento recuerda la escogida por Perry Smith y Dick Hickock, los asesinos de la familia Clutter, en la novela de Truman Capote A sangre fría (1966).

De esta bomba de escape, el cine ha sabido sacar provecho al dramatizar los delirios criminales de parejas famosas paranoicas, que convierten el viaje por las márgenes en una experiencia infernal. Recordemos sólo a Clyde Barrow y Bonnie Parker en Bonnie y Clyde (1967); Vincent Vega y Mia Wallace en Pulp Fiction (1994). O el delirio criminal de un asesino solitario como Anton Chigurh en No Country for Old Men (2007) de los hermanos Coen.

La herencia de la literatura On the road y de su estrecho vínculo con el cine de acción, tipo trhiller, se presiente en Destinos intermedios, la última novela de Octavio Escobar Giraldo. Cinéfilo con ojo crítico, proclive a la construcción de historias breves, Escobar privilegia el empleo de diálogos y cuadros próximos, en condensación y liviandad, al guión cinematográfico. Publicada originalmente en Editorial Periférica de España y reeditada ahora por Intermedio Editores en Colombia, Destinos intermedios ubica, en mayor medida, su compleja trama en el norte del Tolima, en la frontera con el departamento de Caldas, una región ganadera, de temperaturas altas, donde poblaciones como Honda, Lérida, La Dorada y Aguasblancas –el espacio propio de la ficción enmarcada por el autor con referentes geográficos reconocibles–, reciben la influencia de una topografía que traza, a la manera de una serpiente gigantesca, el recorrido desganado del río Magdalena: esas aguas que hacen flotar lo peor de nuestra locura colectiva.

Aguasblancas aparece por primera vez en Saide, la novela de corte policíaco que Escobar Giraldo publicó en 1995, al recibir el Premio Nacional de Crónica Negra. Uno de los personajes clave de esta novela, el veterano médico general Díaz-Plaza, se refiere a Aguasblancas como un falso puerto sobre el río Magdalena, próximo al municipio de Honda. Allí la ciudad, según lo observa , “está construida de espaldas al río, empujando la ribera para levantar más casas, más pobreza”. En este lugar intermedio, propicio para albergar narcotraficantes, “fugitivos y buscadores” y “cazadores de dinero”, vivió Saide Malkum, hija de un inmigrante libanés y una colombiana.

Es 1992 en Destinos intermedios. Allí aparece de nuevo Saide, muy joven, con su carácter rebelde. Aguasblancas pertenece al Magdalena Medio, una zona en la mira de la policía y el ejército. En este territorio se encuentra la Hacienda Nápoles, el mayor símbolo del narcotráfico y de una clase emergente con gustos excéntricos. Sólo falta un año para que el cuerpo obeso de Pablo Escobar caiga sobre el tejado en una casa de Medellín. Se respira un aire de guerra en las ciudades. Hay matones a sueldo, con ganas de tachar nombres de sus listas. Hay políticos liados con el narcotráfico. Hay una juventud inerme, que no está exenta de vivir, como en una película de Chuk Norris, las vendettas entre bandas criminales.

Destinos intermedios es la historia trágica de dos chicas de Ibagué, Paula Cristina y Érica, envueltas en una guerra entre dos fuerzas de choque. También es la historia de un asesino a sueldo, El Suave y de Roberto, su hijo enfermo de nefritis; de Jimena Sombras, una cantante popular en declive, alcoholizada, aunque temeraria, amante de un poderoso hombre que inspira temor en la región; de unos médicos, Guillermo Vargas y el doctor Palma, con principios éticos laxos, atrapados en un sistema corrupto que acude a las salas de urgencia a curar o a rematar. Es el registro de la hazaña de Salvador Espejo, un humorista que busca romper su propia marca, al completar una maratón de 50 horas contando chistes por radio, para que su proeza sea registrada en el Guinness Records. También es la historia de su hermano Ángel Espejo, un sanguinario lugarteniente al servicio del narcotráfico. Es, asimismo, la ambigua circunstancia de John Jairo, un matón que ocupa su tiempo en el juego apasionado con una prostituta y el amor resbaladizo, casi violento, con Saide, “la turquita”, una suerte de hermana media de Rosario Tijeras, con las manos más limpias.

Destinos intermedios es, además, la historia de dos espectros, que parecieran mover los hilos invisibles del crimen y la corrupción en una zona intermedia del país: el narcotraficante Jólmer Rivera, testaferro de Pablo Escobar, según se informa en Saide y Román Franco, dueño de un “imperio político”, convertido en un dudoso senador de la república. Las circunstancias de los personajes enunciados están unidas por el azar; pero también por lo que un poder criminal decide en las orillas de las carreteras, mientras los colombianos anónimos encienden la radio para asombrarse de que Salvador Espejo, a pesar de su fatigada voz, insista en contar ese tipo de chiste, contundente en su brevedad, que tanto gusta al colombiano medio.

¿Cómo hacer que tantas historias confluyan en un mismo plano narrativo? La apuesta es difícil y Escobar la sortea bien, empleando para ello un contrapunto que permite no perder de vista el curso gradual de unos destinos cuya convergencia en un escenario crítico, en la línea de Crash o Amores perros, se ofrece al albur, a la casualidad fatídica.

Destinos intermedios delinea la metáfora de los bordes y logra convertir en plot, lo que resulta azaroso en la cotidianidad de un país a expensas de la criminalidad. El trhiller on the road define la línea de la carretera que desemboca en Mariquita; define, asimismo, quién puede seguir imponiendo autoridad ilegal en la región. Los destinos intermedios están en el centro de la fatalidad. El poder oscuro de los políticos regionales, la corrupción que nace al interior de las instituciones del Estado, la lista en la que se tachan nombres, agregan al drama de esta novela, una pizca de misterio a un cuadro de costumbres anómalo, inseguro.