El mundo del libro y el mercado editorial
CORAZÓN DE FERIA
“Si desconfiás de la calidad literaria de los invitados a la Feria del Libro o si no te creés que todos los años pueda surgir una escritora genial, no sos un resentido, sos realista”. Así empezó su charla un editor que conocí en las jornadas previas a la inauguración de la última Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. En realidad, fue en ese momento, anterior al arribo del público, cuando los corredores todavía facilitan este tipo de encuentros y charlas, entre cursos y rondas de negocio que todas las ferias internacionales organizan para distribuidores, bibliotecarios, traductores, editores y un universo de profesionales del libro. Ahí se alterna la banal queja por lo caro que es tomar un cafecito, con el apocalíptico protagonismo, cada vez más impuesto, del soporte digital. Y también es el lugar para la charla literaria, amena y más o menos sincera e inteligente, en que se hace la diferencia entre obra y producto, apariencia y realidad, política y lectura.
Unas horas después, la Feria da comienzo y con su inauguración, esa cara desconocida por el gran público va a quedar sepultada bajo la agitación, la publicidad y el griterío. No es aquella lo que se conoce como la Feria; no es la cara pública que queda retratada en la memoria de los alumnos y maestras o en las imágenes de la televisión y los diarios. En ésta que se inaugura y ostenta, hay un corazón de feria que late fuerte y sonoro; es un corazón cholulo, alimentado por el lugar común y reblandecido por el brillo de los entusiasmos de moda y las emociones fugaces, pero también, algo infartado por los cruces y las polémicas políticas instaladas por una “opinión pública” en crisis. El corazón de feria, entre sus latidos, es capaz de nivelar al último libro de Eduardo Galeano (Siglo XXI), con uno de autoayuda de Pilar Sordo (Planeta). Bombea histeria colectiva y anima el gran espectáculo cultural del año, donde las estrellas, si no existen, se tienen que inventar. Así las multitudes recorren los pasillos, buscan un autor de éxito, van detrás de libros de autosuperación, de dudosas investigaciones periodísticas, hojean novelas de chusmerío histórico, y empujan a comprar algo a quienes no tienen por costumbre leer nada.
También reconozco que en la feria hay de todo, de lo bueno y de lo malo. Este es uno de los argumentos repetidos —y concesivos—, pero su corazón de feria no late con mi ritmo cardíaco, aunque me seduzca con la presencia de autores y pensadores que no dejaría de ver ni oír, como es el caso, este año, de Alberto Manguel, Antón Arrufat, Carlos Fuentes, Norman Manea, Gianni Vattimo o Néstor García Canclini. Todo esto, hasta el papel didáctico que se le adjudica en el fomento de la lectura o el de plantear valiosos debates sobre la literatura latinoamericana, tiene siempre, por más que se intenten novedosísimas estrategias, una naturaleza mediática y comercial.
El mismo Manguel que acabo de mencionar, lo ha denunciado en el propio escenario de la Feria con estas palabras sin desperdicio: “Los grandes editores literarios que, hasta hace unos diez años, alentaban la obra de ciertos autores y los sostenían a través de sus altos y sus bajos, permitiéndoles aprender tanto a través de sus fracasos como de sus éxitos, han sido absorbidos por usureros grupos comerciales que no publican autores, sino sólo ciertos títulos supuestamente destinados a ser best-sellers, fomentando la creación de libros-basura para un público a quien convencen que no es lo suficientemente inteligente para leer buena literatura.” Y agregaba: “Enseñan que «no hay tiempo para leer», con lo cual quieren decir que no nos tomemos el tiempo para reflexionar”.
La maquinaria del espectáculo está montada en el lomo del mercado editorial y apenas si deja ver el mundo del libro. Sí, esa es la primera diferencia que deberíamos tener en cuenta: una cosa es el mercado editorial y otra, el mundo del libro. No siempre se dan la mano, no siempre persiguen las mismas cosas. Que un funcionario político de la ciudad se ponga a defender el “libro” y su libre circulación aduanera no deja de ser parte de una defensa corporativa y falaz que persigue sostener ese paradigma del libro atado al mercado editorial. Y así no se dice nada fuera del paradigma, aún cuando se afirme eufórico que “queremos libros rectangulares, cuadrados, circulares, livianos y pesados, en francés, portugués, inglés y alemán”.
La discusión de fondo vuelve a eludirse.
Con sólo describir el plano colorido de la feria, se impone su rostro verdadero: no se puede dejar de ver, en pleno hall central, a los dos diarios nacionales de mayor tradición en el país, mientras que los pabellones de alrededor son dominados por la presencia de tres grandes firmas: Randam House Mondadori que es resultado de la fusión de Bertelsmann, la mayor empresa internacional de comunicación, comercio electrónico y contenidos interactivos, y la italiana Mondadori; reúne a Caballo de Troya, Debate, Debolsillo, Collins, Grijalbo, Lumen, Plaza & Janés, Sudamericana, etc.
La otra gran editorial es Planeta que reúne a Editorial Espasa, Ediciones Destino, Editorial Seix Barral, Emecé, Ediciones Minotauro, Ariel, Ediciones Paidós, Austral, etc.
Y en no menor medida, se destaca la presencia de Santillana que pertenece al Grupo PRISA, grupo español en comunicación, educación, cultura y entretenimiento, editor del diario El País, y que reúne a Alfaguara, Taurus, Aguilar, Suma, Alamah, Altea, etc.
Como se puede ver, en la actualidad, el 80 y pico por ciento de las grandes editoriales argentinas son filiales de empresas extranjeras, principalmente españolas. Esto es así desde la década del noventa en que se produce una concentración del mercado en manos de estas empresas que pasan a dominar la producción de libros y a liderar las principales políticas de novedades. Conocidas y prestigiosas editoriales nacionales fueron compradas y aglutinadas por estos grupos.
El paradigma del libro —y sus contenidos— en las últimas décadas responde proporcionalmente a esas concentraciones del mercado editorial argentino y también latinoamericano. No es posible negar una realidad tan asimétrica y desventajosa para muchos lectores y autores sin recurrir estrategias poderosamente mediáticas y espectaculares. El consuelo de las editoriales independientes y el esforzado papel que intentan ganarse las editoriales universitarias no llega, ni por asomo, a equilibrar el mercado y la industria del libro.
Falta una discusión política de fondo. No una en que se escuche la chicana y el lugar común sobre lo bueno que es leer.
Las palabras en la inauguración del escritor Luis Gusmán, en ese sentido, se acercaron a una reflexión que debería alimentar una más certera mirada sobre el mundo del libro y el sistema literario latinoamericano. Me refiero a ese tramo de su charla cuando habló de la capacidad de los libros para cambiar vidas, cuando explicó por qué considera que el libro tiene un poder adivinatorio: “Nos descifra antes de que nos descifremos, tiene el poder de revelación”.
Justamente ese poder del libro es el que no palpita en el actual paradigma del libro, ni tampoco su alegre corazón de feria podría ser capaz de revelarnos nada.
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