–Este cuento tiene piojos –dije a mi mujer.
–No te creo.
Vio las liendres.
–Hay que motilarlo.
–Tiene palabras que me gustan mucho.
–Tú y tus palabras –suspiró–. Úntale petróleo.
–¿Petróleo?
–Eso hice con los niños.
–¿Y si se intoxica?
–Los niños no se intoxicaron.
–Son fisiologías distintas.
–Cuidas demasiado tus cuentos. Relájate.
Bajé la cabeza.
–Cepíllalo y lávalo. Cepíllalo y lávalo hasta que le salga toda esa inmundicia –gritó rumbo a la cocina.
Lo hice, juro que lo hice.
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