Amparado por un concepto generoso del ensayo, Territorios de Rigoberto Gil Montoya (Ediciones sin nombre, 2010) está dividido en tres partes que implican temas generales, un abordaje de la literatura regional y una serie de reflexiones sobre su propio quehacer como narrador e intelectual. La escritura, como felicidad problemática, es inicialmente discutida en su esencia y en su interacción con la internet, también como viaje y como alternativa entre lo culto y lo popular, para enseguida mostrarse en un sesudo y necesario recorrido por la cuentística del área cafetera colombiana y, como no, en la semblanza y la crítica de tres figuras principales de la cultura regional: la novelista Alba Lucía Ángel -uno de los mejores textos del libro-, el cronista Hugo Ángel Jaramillo y el médico y escritor Orlando Mejía Rivera. La última parte, Territorio de sí mismo, aborda las realidades de Gil Montoya como novelista, cuentista y profesor universitario, y un entrañable recuerdo de la educación sentimental que le representó Sandro de América. Cruzados por nombres tan diversos como Ringo, Osorio Lizarazo, Condorito, Ricardo Piglia, Adalberto Agudelo, Jean Paul Sartre, Benjamin, Mempo Giardinelli, Borges, Rulfo, Gay Talese, Barthes y el propio Sandro, estos ensayos se sustentan en un amplio y variopinto tejido de referencias, con el que Gil Montoya procede como lo hace su padre: "Cuando pienso en un oficio me invade de imediato la imagen de mi padre sastre. Caigo en la cuenta de que llevo toda mi vida viéndolo sentado frente a su máquina de coser, tras su cuerpo encorvado y sus gafas con montura torcida. De unos años para acá se vio precisado a usar gafas para enhebrar las agujas punto de oro catorce y juntar con delgados hilos, al ritmo del motor de su máquina Singer, ese complejo mapa de líneas, diagonales y curvaturas que previamente ha trazado sobre la tela".
Vale la pena destacar cual hilos sueltos, algunas citas de este placentero cajón de sastre:
La escritura es un territorio del deseo v la confrontación, un mundo posible y acaso la actitud de la que nace una apuesta por la trascendencia (...) Un territorio cuyos límites se determinan en la memoria de los otros.
¿Se presta el escritor a imponer o apoyar un orden para solaz del establishment que busca fortalecerse en una suma de discursos de la que se apropia y a través de la cual rige, adiestra, desecha y expulsa, deseoso como está de manipular miradas y de controlar debates?
Si la Internet navega la información necesaria para apoyar una exposición, ¿qué anacrónico interés me incita a dejar la comodidad de mi cuarto? (...) Gustavo (Colorado) lo supo decir mejor: una cosa es la experiencia, el saber, y otra muy distinta la información, el cúmulo de unos datos destinados al olvido. No sé si la experiencia me hace mejor lector; lo único que sé es que me hace más feliz.
El peso de la realidad le da mayor impacto al relato, lo llena de sentido y lo torna ambigua; no por eso pretendo defender la manida idea de que el hecho literario refleja la realidad. El relato construye una segunda realidad y a partir de ella la realidad misma se presenta distinta a nuestros ojos.
No todo lo que brilla es literatura, como no todo lo que es literatura deviene memorable.
¿Qué diferencia a la literatura de otros discursos o disciplinas? En primer lugar su inutilidad. Lo literario no pretende enseñar ni catequizar ni moralizar ni salvar (...) Saber de la inutilidad de la literatura hace leve al lector, lo aleja de muchos prejuicios (...) En la inutilidad del arte se revela el misterio, como en la mentira de la ficción, se revelan las verdades.
La obra narrativa de Rigoberto Gil Montoya (La Virginia, Colombia, 1966) la componen las novelas El laberinto de las secretas angustias (1992), Perros de paja (2000) y Plop (2004) y los libros de cuento La urbanidad de las especies (1996) y Retazos de ciudad (2002) También es autor del libro de ensayos Guía del paseante (2005).
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