viernes, 27 de septiembre de 2024

Sorpresiva reseña de CIELO PARCIALMENTE NUBLADO

 Leonardo Valencia, querido escritor ecuatoriano, me comparte reseña de CIELO PARCIALMENTE NUBLADO, que en reacción a un texto suyo, aparece ahora, sin mediar edición reciente, en Facebook. Me gustó tanto que decidí volver a este blog, que tenía abandonado.

Agradezco mucho esta certera lectura de Aitor Árjol:


Una novela colombiana, "Cielo parcialmente nublado" de Octavio Escobar Giraldo, a la que he llegado de rebote, dando un salto de Ecuador al país vecino.

La novela se publicó en 2014. Su autor, Octavio Escobar Giraldo, es médico, escritor, profesor de Literatura en la Universidad de Caldas y artífice de una amplia cantidadde obras, entre 5 libros de cuentos, al menos 14 novelas y 3 libros de poesía. También ha recibido numerosos premios, entre los más relevantes el Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura (2016) o el Premio de Novela Corta Ciudad de Barbastro (2014). 

Llegué a ella a partir de una reflexión del escritor ecuatoriano Leonardo Valencia sobre las razones que nos impulsan a irnos de un país y, de ser el caso, qué sucede cuando regresamos de visita, en tales istmos del desarraigo. Aquí hago mías sus palabras, que además sirven de puntual reseña:

"¿Y qué ocurre con el regreso? ¿O mejor dicho, con las visitas a casa del que se ha marchado? Perdido el drama de los exilios definitivos, la mayor experiencia contemporánea del desarraigo se caracteriza por el regreso ocasional de quienes pudieron marcharse por razones menos fatídicas. Aquí es donde una breve novela recientemente publicada en Colombia por Intermedio Editores, titulada Cielo parcialmente nublado, de Octavio Escobar Giraldo, abre caminos a la imaginación. Me acerco a ella porque sospecho que puede pasar desapercibida por razones que no tienen que ver con sus méritos sino con la etiqueta de lo que supuestamente se espera de la literatura colombiana.

Colombia sufre una de las mayores emigraciones por todas las razones que expuse al principio. Todas. Se dice que supera los cinco millones de emigrantes. La causa más visible ha sido la guerra en la que vive desde hace décadas. Para quien se interese por lo que ocurre en Colombia y conozca su realidad, ya no le valen los eufemismos de guerrilla y violencia sino la palabra verdadera: guerra. Pero hay quienes se marchan no necesariamente por esto sino por las razones infinitesimales que mencioné. Y por eso mismo pueden volver de visita. El protagonista de Cielo parcialmente nublado, Andrés, vive en Madrid casado con una mujer española, tiene una hija, y debe volver a su Manizales natal por un pequeño problema familiar. La mujer de Andrés, preocupada por el viaje de su marido a Colombia, le dice que tenga mucho cuidado. A partir de ese momento estamos bajo la amenazante barbarie. Lo que vemos es una sutilísima descripción de quienes, a diferencia de Andrés, se quedaron en Colombia: sus padres ya ancianos, su hermana divorciada, una antigua novia transformada en una fervorosa creyente de lo macrobiótico y el budismo zen y demás terapias; una antigua amante envejecida, y pocos amigos, porque también han emigrado, sea de Manizales a Bogotá, o a Estados Unidos. Al final, Andrés toma su vieja bicicleta de adolescente, que su padre sigue cuidando, y sale a dar un paseo en una de las escenas más reveladoras del libro. En todo eso está el enigma de la partida.

A quien lea esta novela le provocará una sorpresa muy peculiar el tipo de violencia que aborda porque ocurre en su condición de posibilidad. Son conatos que revelan una observación decisiva: son más los que sufren por el miedo y la amenaza que quienes lo llegan a sufrir en carne propia.

En este punto opera lo mejor de este libro: rebate esa expectativa por novelas colombianas que se ciñan al conflicto armado. Esta novela lo aborda desde el margen, es decir, desde donde lo vive la mayoría de la población colombiana. Está en las antípodas de esa otra gran novela que es Los ejércitos, de Evelio Rosero Diago, pero el efecto, si sabemos leerla desde sus sugerencias, es que sin haber ningún muerto a diferencia de la novela de Rosero Diago, la desolación puede ser igual de terrible. Tal como ocurre en otra novela donde nada es explícito sobre el narcotráfico y la guerrilla, como lo es Cartas cruzadas, de Darío Jaramillo Agudelo, una historia de amor y amistad donde también hay desarraigo y donde se palpa el principio de lo atroz. A esta segunda familia pertenece Cielo parcialmente nublado.

Para quienes viven fuera de su país y vuelven ocasionalmente, esta novela es un retrato vivo y actual. Para quienes se quedan en casa, como decía Kipling, es la muestra de que marcharse nunca es fácil y que, más bien, quien se marcha posiblemente carga y conserva la antorcha del pasado".

Quizás la portada de la novela sea un pelín convencional, ¿verdad? pero eso no debe de distraernos del ejercicio lector.

Y desde luego, las primeras páginas de la novela, leída ahora, 10 años después de su publicación, me regresan a otras lecturas dispares que en su momento practiqué, narrativas de Héctor Abad Faciolince y Roberto Burgos Cantor. 

En ese ejercicio lector, por temática y estilo, Escobar Giraldo evidencia oficio, y me ha sorprendido gratamente. Recién supe que quedó finalista en la Semana Negra de Gijón o que publicó nuevo libro, "Manu", destinado a los lectores más jóvenes.


sábado, 9 de abril de 2016

Sobre 1851, por Álvaro Pineda Botero


El país vivía una época de inestabilidad política. Bolívar había muerto dos décadas antes y muchas de las figuras destacadas habían participado en las guerras de la independencia y en las civiles que les siguieron, y sus vidas estaban marcadas por las figuras de Bolívar y Santander, y por lo tanto, por los odios partidistas. Estaba en el poder José Hilario López, un liberal que decretó la emancipación de los esclavos, propósito que ni siquiera Bolívar había llevado a buen término; expulsó a los jesuitas con todas las polémicas, altercados, conatos de revolución y turbulencia social que aquella decisión le trajo al país, y adelantó uno de los juicios más discutidos de la historia de Colombia, el del Dr. Russi y sus compañeros, que fueron ajusticiados como simples atracadores, con lo cual, según algunos, aplastó una de tantas revueltas políticas de la época.
¿Cómo enfrentó Octavio Escobar Giraldo el peso de la historia para la configuración de su novela?
Lo enfrentó de una forma bien interesante, con la ironía. La novela 1851 da cuenta de aquellos hechos de manera puntual, pero con un estilo juguetón y tomándose amplias licencias. Todo revela ironía y el propósito de desmitificar: el título, la paráfrasis de obras conocidas, el juego de la fuentes narrativas, los diálogos entreverados que conducen la anécdota, las jergas concurrentes, la estructura basada en fragmentos significativos. Con tales elementos, el autor configura una nueva realidad histórica, plenamente encajada en la cultura moderna, digo moderna por no decir posmoderna.
Respecto de la biografía académica, el texto de Escobar Giraldo se presenta, desde las primeras páginas, como una parodia. Es decir, no niega la tradición pero la pone en cuestión respecto de los gustos contemporáneos: Dice, por ejemplo: "En este momento ciertas novelas brindarían al lector la descripción pormenorizada de los árboles que arroparon a los viajeros durante su última jornada. Hablarían del guamo, las ceibas, los robles y las diferentes clases de corozo, de los variados colores del guayacán y las hojas plateadas del yarumo, tan vistosas en medio de los tantos verdes de la selva tropical, lastimada por las quemas de los indígenas". En este tono, y con el uso de la forma retórica del listado, continúa por media página más. Luego se refiere a otras novelas más recientes, que asumen posiciones científicas para explicar el fenómeno de la colonización. Dice: "Unas más permitirían que las ideas de Freud y Marx, solitarias o en yunta, impregnaran las páginas, los renglones y la vida de los personajes". Tal pasaje concluye con un hábil juego de autoconciencia narrativa: , Ésta (novela), un tanto reacia a lo arrebatos y caprichos de sus voces, al costumbrismo, la onomatopeya y el folclor, simple y melodramáticamente dirá que Juan Escobar, Pablo Arango y Jorge Botero abandonaron la sabana de Las Trojes acompañados por la llovizna, descendieron por una empinada cuesta hasta el río Pozo, lo vadearon y se internaron en el pequeño llano que conduce a la quebrada de La Frisolera".
El uso de la lista con intenciones burlescas aparece en otros lugares. Por ejemplo, al referirse a Marcela de los Milagros Jaramillo Jaramillo, una muchacha atractiva solicitada por varios pretendientes, resalta su actividad como costurera: "Sus principales habilidades son el punto de bastilla, el pespunte, el dobladillo, los puntos de ojal y de guante, el punto cadena, el punto cruzado, el punto espina, la sobrecostura, los zurcidos y remiendos, y las patas de gallo". También utiliza el listado para referirse al huerto de la madre de Escolástica Guapacha: "tenía en su huerto apio, cordón y albahaca, ají, cilantro y culantro, saúco, limoncillo e hinojo, mejorana, llantén y paico, malva, ruibarbo y manzanilla, tomillo, yerbabuena y toronjil, pensamiento, rosa y violeta, geranio, novio y valeriana, diente de león, ortiga y cidrón".
Otra de las estrategias es la anacronía; es decir, utilizar elementos culturales de otra época con intención irónica. Por ejemplo, refiriéndose a la misma Marcela de los Milagros Jaramillo Jaramillo dice que era "De muy elegante porte y medidas perfectas, 90-68-105 (...) Nacida bajo el signo de capricornio hace catorce años, tiene un rostro armonioso, ojos lindos y muy buena figura (...) Su mayor deseo es viajar a Medellín, Popayán o Santa Fe de Bogotá para estudiar como los hombres", y concluye con esta perla: "No se ha realizado ninguna cirugía estética".
En otro lugar describe un acto de amor con todas las arandelas de las obras más descarnadas de hoy. Al final la voz narrativa se pregunta: "¿La escena precedente es factible antes de Freud, Brigitte Bardot, Henry Miller y el código Hays? Consideran los expertos que en el siglo XIX el sexo orogenital era una delicadeza confinada al burdel; en los hogares respetables se usaban esas obscenísimas prendas de noche con un agujero en la mitad, que sólo se abría con fines procreativos. En fin. Sigamos".
El uso de la anacronía aparece en otros lugares: afirma que "Juan Escobar se aleja de sus acompañantes y desdobla el mapa de Parsons, asegurándose de que siguen la ruta correcta". Es claro que el personaje de Juan Escobar no tenía el mapa de Parsons a su disposición, porque Parsons dibujó el mapa ocho décadas después de los episodios narrados (...) Otro elemento que vale la pena destacar es el del folletín. La novela de folletín, lejana antecesora de las telenovelas de hoy, fue determinante para la configuración del género en el XIX. Es decir, por la época en la que tenía lugar la colonización, el género novelesco florecía principalmente como folletín.
Desde el punto de vista estructural, concluir una novela es tan difícil como comenzarla. Desde una perspectiva tradicional, el final debe ser sorprendente; al mismo tiempo, debe dejar concluidas las vertientes narrativas que se abrieron en el transcurso del relato y, sobre todo, debe dejar satisfecho al lector. En el caso de la novela de Escobar Giraldo, el protagonista guía la acción a través de varios escenarios y, al final, el autor asume copia, parafrasea uno de los capítulos más famosos y a la vez más enigmáticos del Quijote, el octavo de la primera parte cuando don Quijote se enfrenta con el vizcaíno en feroz combate (...). Escobar Giraldo adopta casi textualmente estas palabras para concluir su novela: "Levantan los machetes. Acicateados por una explosión cercana, los dos corren el uno contra el otro, cada cual con determinación de abrir al contrincante por el medio, pero en este punto y término cesan los testimonios escritos sobre Juan Escobar, aunque para el lector resulte increíble que una vida como la suya sea entregada a las leyes del olvido sin que archivos o papeles sueltos aporten el final de la historia".
La lectura es agradable. Abundan los diálogos. Los personajes se expresan a sí mismos con una lenguaje directo, cargado de sabor regional, pero sin el abuso de localismos propio de las novelas costumbristas. Con frecuencia, y esto es visible en las novelas decimonónicas, los diálogos se extienden innecesariamente, haciendo difícil y aburrida lectura. En la novela de Escobar Giraldo, la narración se impulsa por los diálogos. Pero estos asumen la forma del fragmento. Son cortos, revelan situaciones específicas, iluminan sobre el carácter de los protagonistas y sobre el contexto. Con frecuencia son, en si mismos, pequeñas joyas de ingenio, microrelatos de gran valor literario. Entreverados entre los diálogos, encontramos pequeños textos de los personajes históricos y de las fuentes citados, o tomados de la tradición oral, por ejemplo sobre como se prepara un plato típico, cómo se cura una enfermedad venérea, el juego de dominó, sobre arrieros, historias de minas, matrimonios, junturas amorosas de todo tipo; la intervención de los curas en las vidas privadas, los efectos locales de la política anticlerical del gobierno, la circulación de los chismes, las normas para fundar un pueblo, algún dato histórico sobre la concesión Aranzazu o sobre el contrabando que llegaba a la región a través del Chocó y Cartago, sobre las guerras civiles y las acciones militares.
En la carrera de los novelistas, es frecuente que sus primeros libros estén inspirados en eventos personales o en recuerdos de niñez. La novela histórica aparece después, cuando el autor ha alcanzado la plenitud. Acudir a la Historia, ese inmenso depósito de humanidad, es un rito y una tentación, porque entonces es posible reutilizar, copiar, parodiar, plagiar, adoptar o contradecir. Tal es el caso de Escobar Giraldo. Su novela nos abre de nuevo el abismo de nuestro pasado y nuestra identidad sobre la cual pretendemos fundar lo que sabemos o creemos saber de nosotros mismos.


Álvaro Pineda Botero


martes, 20 de octubre de 2015

OPINIONES DE BLAS CUBAS



Memorias póstumas de Blas Cubas (1880) es uno de los grandes clásicos de la literatura latinoamericana. Joaquim Maria Machado de Assis (1839-1908) se adelanta a su tiempo al hacer que esta novela sea protagonizada por un burgués cómodo, solterón, cínico y por momentos antipático. Antihéroe en toda la extensión de la palabra, también bailarín de vals, difunto autor según su propia definición, nació en Rio de Janeiro el 20 de octubre de 1805 y mientras cuenta su vida va destilando opiniones, como las que aparecen a continuación.

El amor de la gloria es la cosa más verdaderamente humana que hay en el hombre y, por consiguiente, su aspecto más genuino.

¿Quién no es un poco engreído en este mundo?

La naturaleza es una grande caprichosa y la historia una eterna cortesana.

Nadie se fíe de la felicidad presente; hay en ella una gota de la baba de Caín

La frente más hermosa del mundo no es menos hermosa si la ciñe una diadema de piedras preciosas; ni menos hermosa, ni menos amada.

Una dama hermosa bien puede amar a los griegos y amar sus regalos.

No hay nada tan inconmensurable como el desdén de los difuntos.

Los hombres valen por diferentes maneras, y las más segura de todas es valer por la opinión de los demás hombres.

La naturaleza es a veces un inmenso escarnio.

Bienaventurados los que no se van, porque de ellos es el primer beso de las muchachas.

Esta injuria merecía ser lavada con sangre, si la sangre lavara cosa alguna en este mundo.

Tal vez una comparsa menos hiciese fracasar la comedia humana.

¡Ventilad vuestras conciencias!

Un desván del tejado es infinito para las golondrinas.

El vicio es a menudo el abono de la virtud, y ello no impide que las virtud sea una flor perfumada y sana.

La vida es el más ingenioso de los fenómenos, porque sólo aguza el hambre con el fin de deparar la ocasión de comer, y no inventó los callos, sino porque estos perfeccionan la felicidad terrestre.

La veracidad absoluta es incompatible con un estado social adelantado, en que la paz de las ciudades sólo se puede alcanzar a fuerza de embustes recíprocos.

La avaricia es tan sólo la exageración de una virtud.

Muchas veces el hombre, aún dando betún a las botas, es sublime.

(Memorias póstumas de Blas Cubas. Traducción de A. Alatorre. Fondo de Cultura Económica)

martes, 21 de abril de 2015

ESCOBAR GIRALDO: UN LABERINTO MORAL

ESCOBAR GIRALDO: UN LABERINTO MORAL

Luis  Alonso Girgado – Diario de Ferrol


El narrador colombiano Octavio Escobar Giraldo, con un ya significativo bagaje de títulos en su haber, viene oportunamente a esta página como ganador del Premio de novela corta Ciudad de Barbastro con su novela “Después y antes de Dios” (Ed. Pre-Textos, 2014). De momento, la única duda que tenemos es que sea esta de Escobar Giraldo una novela corta. Por otro lado, lo que leímos de este colombiano, al menos lo más reciente, es lo publicado en la extremeña Editorial Periférica; no tenemos memoria de su presencia anterior en nuestro panorama editorial, aunque es posible que nos falle la memoria.
Pero en cualquier caso, lo que aquí importa es situar “Después y antes de Dios” como nuevo asedio al tema del crimen y la muerte violenta en Colombia y a la subsiguiente atmósfera de descomposición moral del país, visto como un territorio en alerta roja bajo la vigilancia de sectores y grupos que ejercen eficazmente un trágico control en lo individual y en lo colectivo. En el centro de esta laberíntica y circular historia se sitúa un singular narrador-protagonista, “la doctora”, cuya construcción alcanza una polifacética personalidad humana, suma de víctima y victimaria, de poder y sometimiento, de afirmación y fragilidad. Una compleja figura en la que anidan fealdad y lesbianismo e incluso se tiñe de un persistente poso de religiosidad que impregna otras vertientes humanas, sociales y hasta políticas de esta rara y distorsionada novela. Las referencias a El Greco y sus figuras no son para nada ociosas o casuales en esta fábula narrativa que parte – bruscamente – de un hecho criminal y se desarrolla en abrupta fuga que el novelista deja en suspenso, abierta; tal vez como incierto fracaso.
Aunque es Manizales, patria chica del novelista, el escenario eje, la novela conjuga referencias a la Colombia rural y a la urbana, manejadas y asaltadas ambas por el terror, el crimen, la corrupción que el novelista refleja en una esfera menor, entre personal y familiar; un microcosmos cerrado pero vivo y amedrentador, anclado en un régimen casi feudal que impone el poder de sus privilegios frente a toda ley.
Es “Después y antes de Dios” la suma de no pocos quebrantos, locuras y extravíos; es la destructiva confluencia de males y daños que atentan contra el derecho a vivir y a afirmarse del individuo; es la constatación de una imposible modernidad impedida por rancias tradiciones y creencias, por jerarquizaciones rígidas que inmovilizan cualquier asomo de libertad en un país desangrado hasta la extenuación.
Estamos, en suma, en cosmovisión y personajes, ante una historia turbia y degradante; ante una ruta imposible de violencia, autodestrucción y pesadilla. Todo un conjunto de fuerzas contrarias chocan aquí, en figuras de dolorosa entraña humana (la “doctora” especialmente) devoradas por el insaciable Saturno que revive en Colombia hasta en pequeños e íntimos reductos que los novelistas penetran una y otra vez con igual diagnóstico, cambien o no los protagonistas. En síntesis, una nueva vuelta de tuerca al tema de la violencia colombiana como lacra no extinguida es lo que se deja ver en esta novela de Escobar Giraldo.

martes, 7 de abril de 2015

Orlado Mejía Rivera analiza mis tres últimas novelas

En su serie La biblioteca del dragón, que periódicamente ofrece en Papel Salmón de La Patria, Orlando Mejía Rivera reflexiona con generosidad sobre mis tres últimas novelas.


Octavio Escobar y su trilogía narrativa caldense


Por: Orlando Mejía Rivera.

En general, el paso de los años lleva a las personas a tomar el tobogán del descenso de la vida. Se deterioran la fuerza y la agilidad del cuerpo, las esperanzas en el futuro se derruyen ante la cotidianidad gris donde ya no sucede nada. A la memoria se le adhieren agujeros profundos de olvido y después de los cincuenta años la niebla del escepticismo llega a nosotros como un bálsamo de tranquilidad o una lucidez melancólica. Sin embargo, ese mismo tiempo transcurrido, que se convierte en la lepra de las ilusiones humanas, es también el mejor regalo para el sabor de los vinos y la escritura de los novelistas.
Las últimas novelas de Octavio Escobar Giraldo reflejan esa madurez de su oficio literario y el logro de un estilo propio identificable para el lector, basado en las técnicas del minimalismo narrativo y en los diálogos secos y creibles que están construidos sobre el silencio de lo no dicho. De igual manera, su mundo narrativo que se inició huyendo de los espacios propios de su región y su ciudad, viajando con la imaginación a la Nueva York del Último diario de Tony Flowers (1995), o al Madrid de El álbum de Mónica Pont (2003), o al Juanchaco de Saide (1995), ahora vuelve con nitidez explícita a las coordenadas de su departamento Caldas y de su ciudad Manizales. Este retorno es otro signo de su madurez de escritor y la comprensión de que uno de los mayores retos para un novelista es, como señaló el gran Tolstoi, descubrir la universalidad de su aldea.    

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En 1851, folletín de cabo roto (2007) el autor nos cuenta de las aventuras de Juan Escobar, de sus amigos, de su familia, de sus amores, ubicadas en la mitad del siglo XIX en las tierras de Antioquia la grande; nos hace introducirnos en la historia de los arrieros, de la colonización antioqueña, del episodio de la denominada concesión Aranzazu, y en los orígenes de pueblos como Salamina y Neira. En este contexto es una novela histórica, que gracias a la voz narrativa principal en tercera persona, tiene varias de las características de lo que el crítico Seymor Menton denominó "Nueva novela histórica": Ficcionalización de personajes históricos, alteración consciente de la historia y, en especial, la presencia de la metaficción y la intertextualidad. Veamos un buen ejemplo de metaficción. Juan Escobar y Serafina, la esposa de su primo, acaban de tener una intenso acto sexual, donde a pesar de la inexperiencia y el recato de ella, la mujer se atrevió a felarlo con resultados exitosos. Después la voz narrativa comenta: "¿La escena precedente es factible antes de Freud, Brigitte Bardot, Henry Miller y el código Hays? Consideran los expertos que en el siglo XIX el sexo orogenital era una delicadeza confinada al burdel." La intertextualidad explícita de la novela atraviesa toda la obra y el autor al final da cuenta de los libros de historia y de ensayo que le sirvieron para la documentación de su libro.
El personaje Nicanor Duque, comerciante y buen amigo de Juan Escobar, es el lector del Quijote de Cervantes que permite que el libro tenga la presencia no de un intertexto más, sino del hipotexto central (en el sentido que le da Genette a la expresión) de la novela 1851. La relación que se establece con el Quijote no es paródica, ni irónica, ni imitativa, sino de una continuidad alegórica. Lo quijotesco como alegoría se encuentra en la vida dura, pero noble, de Juan Escobar y sus amigos. Lo quijotesco entendido como esa tendencia a creer en los afectos duraderos, en los sueños de una existencia distinta a la realidad, en la búsqueda de sí mismos a pesar de las adversas condiciones del medio.
1851 es un texto que se nutre de la ambigüedad y no toma partido evidente por los hechos históricos que se relatan allí. Sin embargo, entre líneas aparece expresada la crítica sociopolítica que representa la anécdota histórica de la concesión Aranzazu. La obra revela algo que se puede rastrear hasta nuestros tiempos actuales: el contubernio entre poder político, despojo de tierras y posterior legalización fraudulenta de las mismas. Todos sabemos acá que en el origen de varios poderes regionales familiares se encuentra la apropiación indebida de tierras a campesinos en distintas épocas de la violencia política de Colombia. Casi que la historia de la novela es también una metáfora de un fenómeno que viene desde tiempos de la Colonia y que sigue vigente con otros nombres y tierras. Esta novela de Octavio me ha recordado que la literatura tiene el poder de no hacer olvidar lo que algunos están interesados en sepultar para siempre.

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En Cielo parcialmente nublado (2013) su protagonista Andrés Giraldo vuelve a Manizales después de 13 años de vivir en Madrid. Es el enero de la feria del año 1999. Su regreso es obligado debido a que su madre le cuenta que su papá se está enloqueciendo, porque ha comprado un baul donde guarda sus objetos más preciados y ha dicho que venderá la casa, pues a la guerrilla le están negociando el país en el Caguán y Pastrana dejará que se apoderen de él. Cuando Andrés le dice que está exagerando, Jaime le contesta: "Este país se está acabando y yo soy parte de él, no soy como usted que tiene su vida en otra parte". Mientras deciden conseguirle una cita con un psiquiatra, amigo de su hermana Maria Fernanda, los lectores vemos aparecer la principal protagonista de esta novela por medio de los ojos de Andrés: la ciudad.
A través de una serie de diálogos concisos y de escenas que recuerdan al lector la intensidad narrativa cinematográfica, que ha influido tanto a Escobar, somos testigos de la ciudad interior y simbólica, ademas de la espacial. Giraldo vuelva a caminar por su ciudad como un coleccionista de recuerdos remotos: el barrio Estrella, la avenida Santander, su restaurante italiano favorito, el bar San Carlos, la Alta Suiza, Chipre y su niebla londinense, el estadio nuevo y su evocacion de los domingos de fútbol con su padre agitando la bandera del Once Caldas. Pero también, en medio del bullicio de la multitud en fiestas, detecta esas mismas jerarquías antipáticas que nunca le gustaron: el decadente político al que todos le rinden pleitesía, el compañero de colegio que vive de sus apellidos y del arribismo social de su mujer, la facultad de arquitectura de donde salió echado por el escándalo de subirse una noche con su amigo Juliancho a la torre de madera del cable, cuando soñaban con ser directores de cine. Ese mismo amigo, que también huyó para Bogotá, era con quien se burlaba de la letra del pasadoble Feria de Manizales: "fiel surtidor de hidalguia" --- era para Julián Restrepo una ridiculez o una eyaculación, y el segundo ---- "Manizales rumorosa" --- la constatación de la capacidad para el chisme de sus habitantes." 
En realidad en esta novela no pasa nada escandaloso, ni terrorífico, ni misterioso, porque Octavio ha escrito una novela de la clase media colombiana y en donde las pequeñas vicisitudes de la cotidianidad de sus personajes son la vida misma. La violencia de la guerra fratricida, las masacres de los paramilitares, los secuestros de la guerrilla, los ecos del Caguán, solo llegan por medio de la radio y la televisión, porque en realidad en "Manizales nunca pasa nada", como le dijo Andrés a su mujer española Angelines, antes de volar a su terruño.
No obstante, su regreso a la ciudad le permite la recuperación de los sabores y los olores de la comida de su mamá. Sin embargo, esa nostalgia saciada es también más un recuerdo que la realidad, porque cuando le expresa: "Esta es una de las cosas que más extraño en España, tus arepas --- la mordió"; ella le aclara que la que se está comiendo la compró en el supermercado, que hace muchos años dejó de hacer las arepas en la casa. Entonces, las nostalgias o las aversiones de Andrés por Manizales se van revelando como imágenes atrapadas por su memoria, y la ciudad real comienza a ser más extraña que el Madrid donde lo aguarda su mujer y su hija. Andrés, como el resto de los personajes, descubre lo que todos los ciudadanos de clase media del mundo saben: que el verdadero hogar es la familia y los afectos. Que las tragedias humanas son las tragedias del corazón.
Cielo parcialmente nublado es la novela Joyciana de Octavio Escobar, pero escrita con la estructura minimalista y fenomenológica de Chandler, donde los personajes no piensan, sino que actuan y hablan entre ellos. Pero, por eso mismo, aparece Manizales como la verdadera protagonista de esta historia; esa ciudad limpia, de apariencia tranquila, que de todos modos en ese año de 1999 tuvo algunos cambios silenciosos como los que le refirió su mamá Blanca: "No sé, mijo. En Palermo hay casas vacías porque se fueron familias completas."  

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En Después y antes de Dios (2014) Manizales ya no es una ciudad "donde no pasa nada". Por el contrario, usando como pretexto dos hechos reales que tuvieron una profunda repercusión social hace más de una década (la estafa hecha por un cura joven de abolengos ilustres a las señoras de clase alta de la ciudad y el aparente crimen cometido por una prestigiosa abogada a su madre), Escobar revela las aguas turbulentas de la tranquila Manizales: los vínculos de los aristócratas locales, los comerciantes y los paramilitares. Las piramides y el lavado de dinero. Los políticos y las bandas de sicarios.
El curioso sector de la población denominado "los pobres vergonzantes", que según su personaje el cura Daniel Ardila: "Desde hace años el párroco de la iglesia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón de Jesús solicita que los feligreses de los barrios Palermo y Sancancio apoyen económicamente a las familias con prosapia, tradicionalmente adineradas, que pierden sus riquezas por una u otra razón, por azares del destino. Incapaces de vivir con modestia o vender propiedades tan suyas como los mismos apellidos --en muchas ocasiones menos valiosas de lo que creían---, los rumores aseguran que en algunos hogares "prestigiosos" se ahorra comida para conservar la acción del Club Manizales o pagar las cuotas del automóvil último modelo". En este párrafo descarnado y sarcástico Escobar sintetiza mejor que cualquier mamotreto sociológico esa herencia manizaleña al arribismo social, que también ha quedado plasmada en la frase acuñada o repetida con ironía por otros manizaleños: "Comen pollo y eructan pavo".
Sin embargo, Escobar no escribe con rabia y resentimiento de su ciudad. Esta novela no es una novela negra, sino una parodia de la novela negra. No estoy de acuerdo con algunos de sus recientes reseñistas, que la ubican como una novela negra de denuncia social, a la manera de Chandler; o incluso, como una obra realista (de factfiction) a la manera de Capote y su A sangre fría. Es evidente el divertimento socarrón de Escobar a través de la voz narrativa de su protagonista femenina, que tiene mucho de los personajes de John Kennedy Toole, de Bret Easton Ellis y, en especial, de los intérpretes de las películas de Quentin Tarantino. La trama no está basada en la realidad del crimen mencionado, sino en la estética tarantinesca de la sangre abundante y las coincidencias que "rizan el rizo", que gracias a la imaginación de su autor y a un extraordinario ritmo narrativo logran atrapar y emocionar al lector.
Ahora bien, esta novela es, a mi modo de ver, la mejor obra que ha escrito Octavio Escobar, pero ojalá más lectores capten eso guiños irónicos, tarantinescos, incluso esperpénticos, que no tienen nada que ver con la amargura ni con el odio. Dicen que cuando Kafka leyó La metamorfosis a sus conciudadanos las carcajadas inundaron el teatro donde realizó su lectura. Fue después que la volvimos una obra metafísica y seria. Después y antes de Dios es una novela para disfrutar y sonreír ante su protagonista bigotuda, porque, por supuesto, no es la misma abogada, de carne y hueso, mi vecina Ángela, que vi y saludé por última vez ese miercoles 25 de febrero de 1998, en los parqueaderos del edificio El Carretero, saliendo del ascensor con una maleta pequeña de cuero, mientras su mamá yacía ensangrentada en su apartamento del cuarto piso.

domingo, 22 de febrero de 2015

DESPUÉS Y ANTES DE DIOS - Presentación de JORGE FRANCO

El pasado 19 de febrero, en la librería del FCE del Centro Cultural Gabriel García Márquez, el escritor Jorge Franco presentó en Colombia mi más reciente novela, Después y antes de Dios, 45 Premio Internacional de Novela Corta "Ciudad de Barbastro", publicada por Pretextos. A continuación sus palabras y las que resumen la intervención de Piedad Bonnett en el animado diálogo final.
(La foto es del también escritor Philip Potdevin, y la altiva cabeza blanca de la izquierda, la del poeta Juan Manuel Roca). 


Después y antes de Dios, de Octavio Escobar

Por Jorge Franco

 Sin desconocer que el lenguaje es la materia prima y la esencia de toda obra literaria, tengo la convicción, muy personal además, de que la magia de toda historia está en sus personajes. Más allá de las tramas y los argumentos, la credibilidad de lo que se cuenta está en quien lo hace, en quien vive las situaciones, en el tono que use para expresarse. Es un poco como la vida misma, donde quien tenga el poder de contar, el don de la convicción, hará posible cualquier historia por inverosímil que parezca. Así, cuando en un relato los personajes son bien logrados y consiguen hablarle al oído al lector, estos comienzan a salir de las páginas y a convertirse en lo que se dice comúnmente: en personajes reales. Esta mutación puede sonar un poco contradictoria cuando se entiende que la naturaleza propia de la literatura es la ficción y cuando, precisamente, uno de los más grandes esfuerzos por parte de autores es la construcción de universos propios y únicos, con personajes que rompan moldes y estereotipos. Es un proceso complejo en el que se busca engendrar personajes únicos sin que pierdan credibilidad, dueños de una humanidad que genere en el lector sentimientos y emociones. Un personaje bien logrado será el guía que lleve de la mano al lector por los laberintos de una trama, ya sea para mostrarle una verdad o incluso para tenderle una trampa; de su poder de convicción dependerá que el lector se deje llevar y lo recuerde, incluso más allá de la última página.
Y hay libros, más bien autores, que combinan con destreza la construcción de una buena trama con la creación de buenos personajes. Ese es el caso de Después y antes de Dios, de Octavio Escobar Giraldo, novela con la que conquistó en el 2014 el Premio Internacional de Novela Corta Ciudad de Barbastro y editada por Pre-Textos, y en la que un personaje excepcional, que a su vez actúa como narrador, nos lleva de la mano por los vericuetos y los pasadizos oscuros de una trama vertiginosa, en la que las sorpresas son frecuentes; un libro donde las páginas se devoran con avidez, sin dejar, eso sí, de degustar el sabor literario de cada renglón.
Después y antes de Dios nombra lo innombrable para una sociedad pacata, rigurosa en sus principios y que esconde los pecados debajo del tapete. Y al nombrarlo lo hace sin alharaca ni señalamientos, más bien con la desvergüenza de quien se acerca a un confesionario a liberarse de sus pecados, convencido de que con el perdón y la expiación se recuperan el sosiego y la dignidad. Así es el tono que usa Octavio Escobar para desarrollar un personaje tan potente que ni siquiera necesita nombre. De ella solo sabemos, al comienzo, que tiene un apellido intachable que le significa confianza y respeto. Pero a medida que la historia avanza el personaje se va desprendiendo de las capas que lo encubren y como quien pela una cebolla, esta mujer, poco agraciada, además, se va mostrando con valiente honestidad no solo para revelarse a sí misma, sino, en contraposición, para delatar a la sociedad de la que ella misma es parte, y que juzga y discrimina sin compasión a quienes transgreden las normas. El tono, ya lo dije, contribuye por su naturalidad y por su carácter íntimo a tomar distancia de cualquier provocación o crítica marcada por el resentimiento. Esta mujer, una “doctora” como todo colombiano que se vista relativamente bien y que ejerza un puesto de mando, es también el punto de conexión entre la sociedad que señala y la otra, la señalada o la que es simplemente diferente porque es mestiza, arrabalera y pobre. De este último grupo surge otro personaje entrañable, otra mujer, esta sí con nombre, Bibiana, una “indiecita” para los que señalan, y que en oposición al mundo gris y monótono de su patrona, enriquece esta historia con color y malicia, y con una vulgaridad deliciosa no solo calienta las páginas de esta novela, sino que contrasta el rigor de una cultura falsa a través de la sensibilidad, la sencillez y el riesgo de dejarlo todo para disfrutar del presente. Las dos mujeres desafían el destino, cada una a su manera; una su destino de mujer profesional y de buena familia, y la otra, la que tiene menos que perder pero que finalmente es quien más pierde, su destino de pobre, de discriminación y carencias, es decir, su ausencia de destino. Las dos se acompañan en una relación que podría llamarse amorosa, pero que está más cargada de adrenalina, de evasión y de riesgo que de las demostraciones convencionales del amor.
La misma adrenalina y el desarraigo, que son constantes en la novela, se le contagian al lector a través de una tensión muy bien manejada, de giros y sorpresas que surgen cuando toca, sin artificios, y con un lenguaje austero que es consecuente con la voz narradora, con el entorno y con su atmósfera enrarecida. No hay gratuidad en las situaciones ni en los personajes que ponen a andar esta historia. Todos están allí para cumplirle a la tragedia en su concepción más clásica, y también a la ironía, a la hipocresía, e incluso para reiterarle a esta mujer transgresora el riesgo de transitar en contravía en un entorno social donde la mayoría de las vías giran en un mismo sentido y en un país como el nuestro en el que las fuerzas oscuras, que tampoco son ajenas a esta historia, sobrevuelan a estos personajes como aves de mal agüero. Lo catastrófico es que esta mujer sabe del dominio de estas fuerzas y de la inercia del poder social al que pertenece y tal vez por eso, o también por su culpa, traza planes que no lleva a cabo y más bien se deja llevar por lo que vaya llegando y lo que decidan los demás.
Detrás de todo este andamiaje hay un arquitecto, Octavio Escobar, que supo encontrar un tono, narrar un entorno, crear una atmósfera y parir unos personajes patéticos y conmovedores para contar una historia que revela mucho de nuestra idiosincrasia. Después y antes de Dios no dejará lector indemne, sobre todo, porque los pecados, culpas y crímenes expuestos en esta historia son también los nuestros, aunque siempre estamos con el dedo erguido, listo a disparar, para buscar a quién endosárselos.


La novela Después y antes de dios, de Octavio Escobar, un thriller  con acentos bufos que agarra al lector desde la primera página, comienza con un hecho de sangre que da origen a una huida llena de tensión y divertidas peripecias. La historia, que tiene como protagonista a una fea mujer manizalita que combina la beatería con una dudosa moral, sirve en buena parte para señalar, mordazmente, los aspectos más oscuros de una sociedad tradicionalista y discriminadora.  Narrada en un tono que nos remite al cine de Tarantino o de los hermanos Coen, que saben mostrar la violencia más cruda con una mirada distante que libra sus películas de acentos aleccionadores, esta novela de Escobar, -ganadora del Premio Internacional de Novela Breve Ciudad de Barbastro y seleccionada como finalista del Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana 2015-  es una obra original, escrita con gracia y mirada crítica, que debería captar los ojos de los lectores que buscan opciones interesantes en la narrativa colombiana.

Piedad Bonnett


miércoles, 10 de diciembre de 2014

UNA TRAMA EN LOS BORDES DEL CAMINO


Para el primer número de buensalvaje-Colombia, Rigoberto Gil, profesor de la Universidad Tecnológica de Pereira y reciente ganador del Premio Nacional de Novela de la Universidad de Antioquia, escribió este texto sobre Destinos Intermedios.

Destinos intermedios: una trama en los bordes del camino

Uno de los géneros literarios norteamericanos del siglo XX vinculado con el cine, deriva de aquellas historias cuyos escenarios suelen ser las orillas de las carreteras, con sus lugares de paso: estaciones de gasolina, moteles, estaderos y los grocery store. Me refiero a la literatura On the road: una expresión literaria que privilegia tramas en las márgenes de las carreteras, a partir de las cuales se pone en evidencia el flujo de una microsociedad, clandestina o en camino de serlo, que actúa de espaldas a las reglas generales de un sistema político y social establecido.

Fue quizá Jack Kerouac el que le dio nombre al género, cuando en 1957 publicó su novela On the road. Aunque ya había un gran antecedente: la novela Lolita, publicada por Nabokov en 1955. Esa historia de un hombre mayor y culto, Humbert Humbert, enamorado de una joven, Dolores, que recorre una parte de los Estados Unidos, de motel en motel, viviendo una pasión desbordada que lo arrojará al abismo. En el caso de Kerouac, éste narraba en su obra un largo viaje que su alter ego Sal Paradise, emprendía con sus amigos saliendo de Nueva York y recorriendo parte de las ciudades estadounidenses durante tres años, hasta bajar al Distrito Federal de México. Una ruta que en algún momento recuerda la escogida por Perry Smith y Dick Hickock, los asesinos de la familia Clutter, en la novela de Truman Capote A sangre fría (1966).

De esta bomba de escape, el cine ha sabido sacar provecho al dramatizar los delirios criminales de parejas famosas paranoicas, que convierten el viaje por las márgenes en una experiencia infernal. Recordemos sólo a Clyde Barrow y Bonnie Parker en Bonnie y Clyde (1967); Vincent Vega y Mia Wallace en Pulp Fiction (1994). O el delirio criminal de un asesino solitario como Anton Chigurh en No Country for Old Men (2007) de los hermanos Coen.

La herencia de la literatura On the road y de su estrecho vínculo con el cine de acción, tipo trhiller, se presiente en Destinos intermedios, la última novela de Octavio Escobar Giraldo. Cinéfilo con ojo crítico, proclive a la construcción de historias breves, Escobar privilegia el empleo de diálogos y cuadros próximos, en condensación y liviandad, al guión cinematográfico. Publicada originalmente en Editorial Periférica de España y reeditada ahora por Intermedio Editores en Colombia, Destinos intermedios ubica, en mayor medida, su compleja trama en el norte del Tolima, en la frontera con el departamento de Caldas, una región ganadera, de temperaturas altas, donde poblaciones como Honda, Lérida, La Dorada y Aguasblancas –el espacio propio de la ficción enmarcada por el autor con referentes geográficos reconocibles–, reciben la influencia de una topografía que traza, a la manera de una serpiente gigantesca, el recorrido desganado del río Magdalena: esas aguas que hacen flotar lo peor de nuestra locura colectiva.

Aguasblancas aparece por primera vez en Saide, la novela de corte policíaco que Escobar Giraldo publicó en 1995, al recibir el Premio Nacional de Crónica Negra. Uno de los personajes clave de esta novela, el veterano médico general Díaz-Plaza, se refiere a Aguasblancas como un falso puerto sobre el río Magdalena, próximo al municipio de Honda. Allí la ciudad, según lo observa , “está construida de espaldas al río, empujando la ribera para levantar más casas, más pobreza”. En este lugar intermedio, propicio para albergar narcotraficantes, “fugitivos y buscadores” y “cazadores de dinero”, vivió Saide Malkum, hija de un inmigrante libanés y una colombiana.

Es 1992 en Destinos intermedios. Allí aparece de nuevo Saide, muy joven, con su carácter rebelde. Aguasblancas pertenece al Magdalena Medio, una zona en la mira de la policía y el ejército. En este territorio se encuentra la Hacienda Nápoles, el mayor símbolo del narcotráfico y de una clase emergente con gustos excéntricos. Sólo falta un año para que el cuerpo obeso de Pablo Escobar caiga sobre el tejado en una casa de Medellín. Se respira un aire de guerra en las ciudades. Hay matones a sueldo, con ganas de tachar nombres de sus listas. Hay políticos liados con el narcotráfico. Hay una juventud inerme, que no está exenta de vivir, como en una película de Chuk Norris, las vendettas entre bandas criminales.

Destinos intermedios es la historia trágica de dos chicas de Ibagué, Paula Cristina y Érica, envueltas en una guerra entre dos fuerzas de choque. También es la historia de un asesino a sueldo, El Suave y de Roberto, su hijo enfermo de nefritis; de Jimena Sombras, una cantante popular en declive, alcoholizada, aunque temeraria, amante de un poderoso hombre que inspira temor en la región; de unos médicos, Guillermo Vargas y el doctor Palma, con principios éticos laxos, atrapados en un sistema corrupto que acude a las salas de urgencia a curar o a rematar. Es el registro de la hazaña de Salvador Espejo, un humorista que busca romper su propia marca, al completar una maratón de 50 horas contando chistes por radio, para que su proeza sea registrada en el Guinness Records. También es la historia de su hermano Ángel Espejo, un sanguinario lugarteniente al servicio del narcotráfico. Es, asimismo, la ambigua circunstancia de John Jairo, un matón que ocupa su tiempo en el juego apasionado con una prostituta y el amor resbaladizo, casi violento, con Saide, “la turquita”, una suerte de hermana media de Rosario Tijeras, con las manos más limpias.

Destinos intermedios es, además, la historia de dos espectros, que parecieran mover los hilos invisibles del crimen y la corrupción en una zona intermedia del país: el narcotraficante Jólmer Rivera, testaferro de Pablo Escobar, según se informa en Saide y Román Franco, dueño de un “imperio político”, convertido en un dudoso senador de la república. Las circunstancias de los personajes enunciados están unidas por el azar; pero también por lo que un poder criminal decide en las orillas de las carreteras, mientras los colombianos anónimos encienden la radio para asombrarse de que Salvador Espejo, a pesar de su fatigada voz, insista en contar ese tipo de chiste, contundente en su brevedad, que tanto gusta al colombiano medio.

¿Cómo hacer que tantas historias confluyan en un mismo plano narrativo? La apuesta es difícil y Escobar la sortea bien, empleando para ello un contrapunto que permite no perder de vista el curso gradual de unos destinos cuya convergencia en un escenario crítico, en la línea de Crash o Amores perros, se ofrece al albur, a la casualidad fatídica.

Destinos intermedios delinea la metáfora de los bordes y logra convertir en plot, lo que resulta azaroso en la cotidianidad de un país a expensas de la criminalidad. El trhiller on the road define la línea de la carretera que desemboca en Mariquita; define, asimismo, quién puede seguir imponiendo autoridad ilegal en la región. Los destinos intermedios están en el centro de la fatalidad. El poder oscuro de los políticos regionales, la corrupción que nace al interior de las instituciones del Estado, la lista en la que se tachan nombres, agregan al drama de esta novela, una pizca de misterio a un cuadro de costumbres anómalo, inseguro.