Desde que Felipe García Quintero (1973) alcanzó el Premio Internacional "Pablo Neruda" apenas comenzando el milenio, quedó claro que un gran poeta escribía desde la periferia, alejado de los centros literarios del país y de sus camarillas. Desde entonces ha publicado sus libros en Colombia, Venezuela y España, ha compartido el Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Cultura y ha ejercido la docencia universitaria en la Universidad de Cauca. Creador y director de una revista ejemplar, Ophelia, por ahora en pausa, en los últimos meses volvió a demostrar su incuestionable talento al ganar varios concursos, entre ellos el Eduardo Cote Lamus, uno de los más importantes del país, concedido a Terral por un jurado compuesto por Juan Manuel Roca, Antonio María Flórez y Manuel Iván Urbina.
Los siguientes poemas pertenecen al mencionado libro.
Bosteza
la vaca de ojos mansos.
La
hierba cómo abriga.
Sobre
su lomo latente la garza
camina
y camina.
El
silencio cuánto espera
si
en la tarde se detiene el viento del sueño
y
las nubes se espabilan.
El
sol de mis cenizas abraza el sosiego.
CABALLO
Como la sombra pasta luz de la distancia,
el alto cielo se entrega al vocablo que abreva en la mirada.
La hierba paciente bajo los cascos del
caballo hace compañía al viento solitario.
Sitia la lejanía sus visiones y comienza
el fuego por venir con el murmullo de los pájaros al alba, ese aire tardo de la
arbolada.
Lo que tanto camina la montaña de
entonces es el silencio próximo de la mañana.
Le
fue dado un rostro a la piedra
porque
el cielo reposa en ella.
El
río la escucha si el viento le conversa.
Del horizonte despierta la sombra,
y
con la voz de los pasos la piedra se aleja.
Un
pájaro silente en sus alas la lleva.
Rigor del aire la montaña erguida de la
tarde; la espina en la mano solitaria es la distancia.
Así por siempre la desnudez del cielo,
con la piedra, su vigilia y voz lejanas, quedan como pasos de otras tantas
ramas.
Ante
el muro arde la blanca línea del paisaje.
Tan próxima la flor del latido que
oculta la hierba del aliento reverdece.
Rostro
de la sombra es también la mirada, el goteo incierto de la luz exacta.
Ya
en el corazón del latido asomará la mañana.
AL SOL
Pocas
letras tiene el cuerpo a su lado
para
decir la luz de todo lo mirado.
Cuánto
olvido en la mano se inclina
si
callada en la noche la sombra camina.
Como
el árbol sin ser más visto crece
por
siempre en lo que ahora perece.
La
flor que aún no brota del aliento
es
agua que todavía no bebe el viento.
La mañana libre y solitaria clama
a
la hierba el leño del sol en su rama.
Mar
del aire y en el cielo empezando a latir
el
corazón de bajeles cruza un solo sentir.
Si
la sombra del sol fue la última semilla
la
mirada deja en el rostro del río otra orilla.
Del
polvo es el comienzo de todo vuelo
la
ceniza que abriga la voz del consuelo.
Y
para lo pequeño del nombre está el rayo
si el sol de la tarde ilumina lo que callo.
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