Los escritores del Quindio están haciendo obra, y la están haciendo bien. Sin espectacularidades innecesarias, con una muy equilibrada selección de invitados y propuestas temáticas que dejan de lado tanto las sosas profundidades académicas como la ofensiva relajación de los eventos faranduleros, han solidificado un Encuentro Nacional de Escritores que cada vez da más, sobre todo más que hablar. Precedido de ciclos pedagógicos que preparan al público y que despiertan sus apetitos, esta vez el amor y el erotismo son los protagonistas, temas, sobre todo el último, que en la literatura colombiana todavía provoca sonrojos y anatemas.
Este jueves 14 de junio los encargados de plantear el tema serán el escritor quindiano Carlos Cástrillón, cuyo trabajo diario es invaluable, y Adalberto Agudelo, escritor caldense con una colección de premios literarios de tal categoría que podría asegurar que le ha ganado alguna vez a todos los escritores colombianos de las últimas tres generaciones. En ocasiones maltratado por la marginación a la que lo someten la prepotencia centralista y los círculos de poder promovidos por las multinacionales del libro, su voz es siempre original y picante.
Como anticipo a su conversación reproduzco, con autorización de sus editores, la entrevista que le hizo la revista Santo & Seña, otro esfuerzo quindiano por hacer literatura a través de la información y la crítica nada complaciente, que tanta falta hace. Un proyecto que crecerá, para bien de todos.
Agudelo en agudezas
Hugo
Hernán Aparicio
Curiosea
entre libros y hojas sueltas sobre la mesa. Se sorprende al hallar un ejemplar
de su primera novela, propiedad de la Red
de Bibliotecas-Banco de la República. Sonríe mientras la hojea. ¿Dónde
consiguieron esto? Escrita a los 16 años, edad de acné y erecciones con
solución manual, como efecto alterno al harakiri ¡frente a un desengaño!, Suicidio por reflexión delata un gran
talento, alimentado en fondo y forma con la precoz psico-inmersión en
Dostowieski, en angustias sartreanas, en la eficacia narrativa de Camus. Nos
recomienda leer del argelino, El exilio y
el reino. Intuición adolescente… escribir poemas, cuentos, novelas, entre
lecturas, partidos de fútbol y corrosivos dolores de amor. Años después, los
manuscritos, acopios de tan tempranos apremios, terminarían en la hoguera, ante
sucesivos rechazos de editores.
Dos
textos leídos y comentados en voz alta mientras ascendíamos por el viaducto
helicoidal, vía Dosquebradas-Santa Rosa, fueron preámbulos del encuentro: la
crónica-reportaje de Martín Franco a Adalberto Agudelo para Revista Cromos, febrero 11, 2011, y una
reseña crítica escrita por Luis Germán Sierra para el Boletín Bibliográfico-Banco de la República, sobre el libro de
Agudelo, Variaciones, Premio Nacional Colcultura, 1994. Del
primero, conmueve a Cindy Cardona el comentario del escritor: en reciente
visita a Buenos Aires, el universo bibliográfico de la Avenida Primero de Mayo
crispó su ánimo –bosques completos
convertidos en papel–; librerías por centenares, libros por millones. Ante
la abrumadora certidumbre, se preguntaba: ¿y
este va a ser el destino de mis libros? ¡qué pereza! Para alivio suyo,
reclamo posterior, aquellos no existen en las librerías de Manizales, su
ciudad. Cindy y Ángel Castaño, acompañantes coeditores, lo recuerdan en sesión
dedicada a literatura infantil durante el Encuentro
Nacional de Escritores Luis Vidales, de Calarcá. En voz de Agudelo un
barco, involucrado en su relato navegaba viento en popa. Al paso entre la joven
audiencia, gestos, pausas y avances, el narrador hacía dobleces en una hoja de
papel. El desenlace de la historia, simultáneo al despliegue del buquecito
construido en su astillero dactilar, también presente en su firma, es imagen
perdurable. Experiencia semejante compartimos al término de la entrevista, con
una servilleta y un sólo corte: estrellas cinco puntas autografiadas entre
flashes fotográficos; evidencias de hábil manualidad, percepción artística, sugerencias
lúdico-literarias planteadas en sus escritos y obras pictóricas, como sabremos
luego.
Desconciertan
los textos citados al comienzo, respecto, por una parte, al carácter del
escritor: revela Franco, afirmación obtenida de señalados malquerientes, …es cascarrabias como él solo, un simple ganador de premios… le gusta
esa imagen… de incomprendido y rebelde, pero ni lo uno ni lo otro; por
otra, a la vigencia e importancia objetiva de su obra literaria, puesta en
incertidumbre por Sierra; sobre el premio otorgado a Variaciones dice, deja una
gran duda sobre la calidad del cuento en Colombia; por Marco Tulio
Aguilera, jurado en el mismo Premio
Colcultura 1994 –no ha escrito nada
que valga la pena–; por desdeñosos coterráneos quienes no soportan el éxito
del vecino y, en forma velada, por el periodista. Conceptos opuestos al
nuestro, ajeno al trato personal, fundado en lecturas de diversos momentos,
piezas, tonos, de la obra de Agudelo, y en aprecios autorizados.
Octavio
Escobar Giraldo, reconocido escritor e intelectual caldense: Crítico (Adalberto) con su terruño, es también su voz profunda, y tal vez su voz más
autorizada. Orlando Mejía Rivera, como ellos manizalita, novelista (Pensamientos de guerra-Premio Nacional Cultura 1998, El enfermo de Abisinia, Recordando a Bosé), investigador,
crítico, autor, entre otros ensayos de La
generación mutante, en artículo publicado por Papel Salmón, diario La
Patria: No le ha importado vivir en
un desierto donde las palabras de los poderosos y de los farsantes son más
importantes que las de los poetas y los escritores de verdad… A él no le han
reconocido nunca en esta ciudad como se lo merece... Escritor auténtico, … ha
comprendido que la literatura es un arte que jamás se puede dejar manosear, ni
por el poder ni por el facilismo. Abundan los motivos para considerar a
Adalberto Agudelo Duque como personaje literario nacional; uno más, la
controversia suscitada por su nombre y obra.
El
polivalente escritor, docente en retiro, enfundadas sus siete décadas y tanto
en chaqueta impermeable, a salvo del helaje invernal, nos esperaba frente al
edificio donde reside, pocas cuadras del Teatro
Los Fundadores, Avenida Santander arriba. Talla corporal S, pelo lacio
camino hacia el gris, ojos suspicaces bajo surcos en la frente, mentón angular.
Interlocutor durante más de dos horas, jueves santo rondando el mediodía, ha
lucido sus mejores facetas en un café terraza abierto a relieves topográficos y
volúmenes escalonados, estadio Palogrande
en primer plano. Diálogo sin prevenciones, fluidez en los conceptos;
jovialidad, lesa un instante ante la mención de distinciones y premios
literarios; ¡ah! paradoja, su flanco controversial; tema no eludible. Sumados
sus logros en concursos regionales, nacionales y externos, superan la treintena,
dentro de amplios rangos: en género literario, narración infantil, cuento,
novela, poesía, ensayo; en trascendencia y bolsa, entre concursos municipales
con reducido presupuesto y certámenes como el reciente Premio Nacional de Novela Ciudad de Bogotá, dotado con $25
millones. Su respuesta, una pizca desapacible, contiene concesiones y
reproches. No niega interés por premios con abundantes ceros a la derecha,
vedado su acceso a ediciones de gran tiraje. Los promotores editoriales y
escritores a tal nivel, consultan criterios diferentes al artístico-literario:
revuelos mediáticos, espectáculo, violencia, sexo, fácil linealidad, morbo
crudo. Y nada, nada, de poesía. Sin embargo, sostiene, es más remunerativo un
premio de regular cotización a un contrato inicial con cualquier sello
editorial. Ignora la alusión a su avidez de lucro por labor literaria. Cómo
juzgar a quien persigue remuneración; cómo a quienes la desprecian. Condena sí
la mala catadura de contradictores personales, acumulados en el ejercicio de la
docencia y en escenarios públicos, por su talante franco, directo. Sin
conocimiento de causa, sin lecturas, carentes de criterio y dotación
discursiva, trasladan sus inquinas al plano intelectual, donde Agudelo los
confronta en ventaja.
Nació,
creció, en hogar numeroso, barrio de estrato medio; los cómics, el balón,
formaban y distraían; en su ciudad, salvo cortos lapsos, ha permanecido,
trabajado, leído, escrito, polemizado, batallado en lides sindicales. Aquí
construyó su familia –una hija escribe poesía en Canadá; a dos hijos les
propuso: enviemos obras cada uno a los concursos; quien gane, reparte el
premio. No le creyeron–. Por las razones anteriores sus obras tienen a
Manizales como obvia referencia aún omitiendo su nombre. Iniciando la labor
docente, enseñó en otros lugares del antiguo Caldas; Génova, Barcelona,
corregimiento de Calarcá, Quindío, entre otros. Recuerda haber intentado
conocer, en su casa de La Bella, sin lograrlo, a Baudilio Montoya.
Una
breve relación de sus obras más importantes, varias de estas premiadas,
incluye: Suicidio por reflexión,
novela, 1967; Primer cuentario, 1980;
Los pasos de la esfinge, poesía,
1985; Los espejos negros, poesía,
1991; Variaciones (Premio Nacional Colcultura), cuento,
1994; De rumba corrida (Premio Bienal de Novela José Eustasio Rivera),
1998; Reloj de luna, poesía, 2002; Efectos Möebius en la literatura colombiana,
ensayo, 2003; Abajo en la 31 (Premio de Novela Ciudad de Pereira),
2007; Pelota de trapo (Premio Ciudad de Bogotá), 2008, novela; Toque de queda, novela, 2000 y 2008.
Adalberto,
¿cambiaría entonces sus premios literarios por ediciones en Alfaguara o
Planeta? El interrogante, pendiente desde las últimas líneas del reportaje
citado, resuelto entonces, versión del periodista, con un ¡Ah, por supuesto!, quedó sin formular ante el temor de inducir a
contradicción. Optamos por el ácido crítico de las tendencias editoriales.
Su
relación con el entorno urbano y social donde capta imágenes, impresiones,
escenario de cotidianidad e historias noveladas; referente cultural y sede de
numerosas instituciones de educación superior: ciudad univesitaria... recalcó
con ironía… puede ser cierto en cuanto a número de estudiantes; pero es factor
nocivo para la misma población, para sus habitantes permanentes. Llegan
muchachos de todas partes, jamás exploran ni se integran al medio local; hacen
sus carreras, muchos de ellos y ellas en desenfreno personal, consumidores de
estupefacientes, propagadores irresponsables de endemias de transmisión sexual
–Manizales encabeza estadísticas en ambas variables–, y demás excesos; luego, a
donde vayan, denigran de ella; la repudian. Perviven aquí sus lacras.
¿Centro
de cultura? No, no se percibe tal condición. Uno que otro evento con público
obligado; nada más. Manizales, como la mayoría de municipios colombianos
permanece asediada por corrupción, politiquería, sicariato, delitos de
alcurnia. Recordemos a Orlando Sierra. Lo asesinaron por husmear en predios
vedados. Cuando una familia de abolengo tiene dificultades económicas, se
inventan cualquier cosa, contratos de aseo, de adoquines, decoraciones
callejeras, para librarlos del problema. Los demás, a defenderse como puedan. A
propósito de Orlando, el inmolado periodista, santo de contados devotos en
vida, está en construcción una novela de vaqueros ambientada en su atmósfera
social y profesional. Aparte de alguna invitación de grosero trato, ningún
vínculo con la oficialidad, con gobiernos municipales o departamentales. No
valoran trabajo ni trayectoria. En alguna ocasión, fue preciso negarse a
recibir una suma, mísera al compararla con lo reconocido a escritores de fuera,
traídos con lujos y honores. Además, ideario político y actitudes polémicas
cierran puertas, para otros francas.
Despotrica
contra el adocenado acervo literario –renuente a desaparecer–, contra la
sujeción de los escritores caldenses del siglo anterior a formas impostadas, a
cánones de falso clasicismo, señalados con el pretencioso título de
Greco-latino, ironizado a greco-caldense o, peor, a greco-quimbaya. Salvo la
obra de narradores como Bernardo Arias Trujillo (Risaralda), Eduardo Arias Suárez (Cuentos espirituales, Envejecer
y cuentos de colección), quindiano residente durante varios años en París,
y Adel López Gómez, también quindiano, poco se libra de la intrascendencia.
Variante luctuosa de aquella escuela, fue la oratoria incendiaria de políticos
camuflados en literatura, azuzadora de pasiones partidistas y violencia. La
arquitectura urbana local, en consonancia con el discurso oficial, se inspiró
en representaciones artificiosas, en cierto manierismo constructivo, tras los
devastadores incendios de comienzos del siglo anterior.
El
receso tras la quema de sus escritos tempranos se prolongó por tres lustros.
Sólo hasta 1979 se animó a participar en una convocatoria para cuentistas, del
Departamento del Quindío. La figuración como finalista activó corrientes
creativas aún en ebullición. Obras y premios, en sucesión envidiable, nutren
desde entonces un canon de comprobada versatilidad y su colección de preseas.
Novelas excéntricas, no sometidas a tendencias o estructuras previsibles;
poesía de amplio vuelo, canto vital, audaz; ensayos de fundados argumento y
concepto. Adalberto Agudelo, Igual preserva del olvido, evocando condiciones
sociales aún latentes, las protestas estudiantiles de una época inquieta, como
reivindica la música popular y la presencia del fútbol en comunidades urbanas.
Con idéntica propiedad estudia la literatura regional y nacional, interpreta la
labor del obrero vial, vive la fantasía infantil y transforma en poesía la
intimidad de un sancocho.
Ufano,
a la caza de peleas ideológicas, de historias no convencionales, de versos
esquivos a moldes, continúa su trote en las mañanas; en las tardes, bar La
casona; envío de textos a concursos dignos de atención, a cualquier hora y
destino.
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