"Sabías que todo el que quiere ser escritor necesita de poder aislarse y tomar notas a cualquier hora del día o de la noche; que su trabajo con el lenguaje prosigue mucho después de que haya dejado la pluma, y puede tomar posesión de él por completo de improviso, justo a mitad de una comida o en medio de una conversación. Si tan sólo pudiera saber lo que pasa en tu cabeza, decías a veces ante mis largos silencios pensativos. Pero lo sabías por haberlo vivido tú misma: un flujo de palabras que buscan su ordenamiento más cristalino; fragmentos de frases permanentemente retocadas; albores de ideas que amenazan con desvanecerse si una fórmula o un símbolo no consigue fijarlas en la memoria. Amar a un escritor implica amar lo que escribe, decías. Por tanto, ¡escribe!
(...)
La primera meta del escritor no es lo que escribe. Su necesidad principal es escribir. Escribir, o sea, ausentarse del mundo y de sí mismo para, eventualmente, convertirlos en materia de elaboración literaria. Sólo secundariamente se plantea la cuestión de tema tratado. El tema es la condición necesaria, necesariamente contingente de la producción de escritos. Cualquier tema es bueno si permite escribir. Durante seis años, hasta 1946, escribí un diario. Escribía para conjurar la angustia. Cualquier cosa. Era un escribiente. El escribiente se convierte en escritor cuando su necesidad de escribir se apoya en un tema que permite y exige que esta necesidad se organice como proyecto".
André Gorz (Gérald Horst, Viena 1923-Vosnon 2007). Carta a D. Historia de amor. Traducción de Jordí Terré. Ediciones Paidós.
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