martes, 22 de febrero de 2011

LUIS BUÑUEL CUMPLE 111 AÑOS


Nació con el siglo y murió en México en 1983. Luis Buñuel Portolés, hijo de una familia acomodada de Calanda (Teruel), se disfrazaba de monja con García Lorca y Dali para escandalizar con guiños y movimientos insinuantes a la conservadores transeuntes de la España borbónica de Alfonso XIII. Se fue al París de los años veinte y asistió con tal intensidad a la revolución surrealista -uno de los momentos cumbre de la cultura contemporánea-, que los pintores y poetas partícipes del movimiento lo consideraron su par gracias a su primer trabajo fílmico (Un perro andaluz de 1928, fruto del desarrollo de dos experiencias oníricas, una suya y otra de Salvador Dalí) y los públicos intolerantes arrojaron a la pantalla frascos de pintura durante la proyección del segundo, La edad de oro (1930), porque en una escena anunciaba la aparición de la criatura más depravada, disoluta y malsana del universo y sobre el redoble de los tambores despuntaba la imagen del Sagrado Corazón -también iniciada con Dalí, éste quería que la película expresara la violencia del amor impregnada por el esplendor de los mitos católicos y el resultado final le pareció caricaturesco-. En 1932 y con muy pocos recursos filmó Las Hurdes o Tierra sin pan, impresionante documento sobre la miseria en la que vivían los habitantes de una de las regiones más pobres de la península ibérica, cuya exhibición fue prohibida por el gobierno republicano; que ante la inminencia del triunfo franquista se fue a París y luego a los Estados Unidos, en donde consiguió un cargo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York del que tuvo que dimitir porque un comentario de su amigo el pintor de los relojes desinflados alertó sobre sus supuestas veleidades comunistas. Pasó buena parte de su vida en México realizando películas -muchas de ellas adaptaciones de obras literarias: Maupassant, Manuel Altolaguirre, Defoe, Emily Brontë y Pérez Galdós fueron algunos de los escogidos- a las que imprimió su sello característico pese a las limitaciones económicas y artísticas de las producciones. Con la implacable Los olvidados (1950), retrato de la delincuencia infantil y juvenil que generan las grandes ciudades y las dificultades para redimirla, volvió, según su propia confesión, a sí mismo y, de paso, al Viejo Mundo para triunfar en Cannes, como lo haría diez años después con Viridiana, donde represión y erotismo conviven con un nuevo fracaso de los esfuerzos de redención. Los triunfos acumulados durante los sesenta le permitieron filmar en Europa algunas de sus películas más conocidas: Diario de una camarera (1963), basada en la novela de Octave Mirabeau de la que se sirvió sin fortuna Jean Renoir en 1948, uno de sus trabajos más equilibrados pese a que fustiga a la burguesía rural y al fascismo con la acritud contenida para la que sólo se prestaba el rostro de Jeanne Moreau; Bella de día (1966) -versión de la novela de Joseph Kessel-, en la que la hermosísima Catherine Deneuve realizar su papel más ambicioso e inquietante interpretando las perversiones sexuales de una amantísima esposa; El discreto encanto de la burguesía (1972) en su momento, Oscar a la mejor película extranjera, y en la que, como en El fantasma de la libertad (1974), recurrió a una idea que elaboró a partir de Engels: "el cineasta describe las relaciones sociales auténticas con el objeto de destruir las ideas convencionales de esas relaciones, poner en crisis el optimismo del mundo burgués y obligar al público a dudar de la perennidad del orden establecido"; Ese oscuro objeto del deseo (1977) que parte de la narración del escritor francés Pierre Louÿs y da vida con dos actrices muy diferentes pero inequívocamente bellas -Carol Bouquet y Angela Molina- a la "virginal" Conchita, su última perversión fílmica; que en 1982 publicó El ultimo suspiro, sus memorias, un año antes de cumplir con el funesto título.

Freudiana, iconoclasta, poética, anticlerical, tremendista, caótica, surreal, machista, su obra ha sido calificada de muy diversas formas, lo que no impide que sea considerado uno de los grandes creadores cinematográficos de todos los tiempos: "Buñuel no duda en traspasar, en fracasar, en destrozar, en diezmar. Es el primer hombre que ha comprendido el medio cinematográfico (...). Muestra lo que hasta ahora se nos ha evitado, y no lo hace para impresionar sino para convencer. Su violencia es una catarsis. Sus imprecaciones son más puras que los himnos de la iglesia cristiana", escribio Henry Miller para The New Review en 1931. Francois Truffaut dijo: "Buñuel cree que la gente es imbécil pero que la vida es divertida... Tan anti-burguesa, anti-conformista y sarcástica como la de Stroheim pero más suave, la visión del mundo de Buñuel es subversiva y deliberadamente anarquista". En 1987 Nelson Ascher concluyó en Folha de S. Paulo: "En el grupo de los grandes cineastas europeos como Bergman, Fellini o Fritz Lang, el español ocupa un lugar único y marginal. Sus filmes son irrepetibles y Buñuel no dejó herederos. Su obra surge de un entrecruzamiento de condiciones peculiares -el arcaismo de su país y la modernidad de su arte, el provincianismo marginalizado de España y la universalidad de sus obsesiones-, de condiciones que, como el propio cineasta sugiere en sus memorias, ya no existen. Para los que niegan la existencia del cine de autor y niegan a los filmes la estatura de gran arte, la obra de Buñuel es una refutación ejemplar". La lista de sus proyectos inconclusos o apenas esbozados es otra semblanza, otro comentario: un guión sobre Goya que inicia en 1927 para concretarlo diez años después en una sinopsis: La duquesa de Alba y Goya, la adaptación de obras de André Gide, Henry James, William Golding, Dalton Trumbo, Evelyn Waugh, Julio Cortázar, Huysmans, Dino Buzzati. M.G. Lewis y José Donoso, entre otros.

Catherine Deneuve, su equívoca Tristana (1970) dijo: "es, en primer lugar, un formidable narrador de historias, un guionista diabólico que mejora sin cesar el texto para que la anédota sea más interesante, más sugestiva" y reveló con respecto a trabajar con él: "La óptica de Buñuel, incluso cuando rueda una historia dura, sigue siendo la del humor negro. Buñuel bromea a propósito, es socarrón y ríe a menudo. Gracias a su presencia se divierte uno mucho". Licenciado en Filosofía y Letras, fundador de la etílica "Orden de Toledo", discípulo de Jean Epstein y admirador de Sade, celosísimo esposo de Jeanne Rucar, amigo fiel y hombre de familia, maestro de sus coguionistas Luis Alcoriza y Jean-Claude Carrière, en su obra, como dijo Carlos Fuentes, la libertad es la acción del deseo.

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