lunes, 22 de septiembre de 2014

LA FELICIDAD ADENTRO



En el número 15 de Santo & seña. la revista que cada cierto tiempo nos llega del Quindío, publiqué la siguiente reseña sobre el libro YO NO MATE AL PERRITO Y OTROS CUENTOS DE ENEMIGOS, del escritor antioqueño David Betancourt, también autor del volumen BUENOS MUCHACHOS (Universidad de Antioquia, 2011) y del recientemente aparecido UNA CODORNIZ PARA LA QUINCEAÑERA Y OTROS ABSURDOS (2014)


LA FELICIDAD ADENTRO

Es tan raro que un libro de cuentos se reedite, sobre todo en Colombia, que  tal excepción invita de inmediato a la lectura, más si mereció un concurso internacional de escritura creativa, su autor es joven y la reedición fue pronta. Y Yo no maté al perrito y otros cuentos de enemigos no decepciona.  David Betancourt le apuesta a la oralidad, por lo que es probable que algunos críticos digan que es discípulo de la Escuela de Andrés Caicedo, como si el malogrado escritor caleño fuera la única fuente aceptable de esta posibilidad y no existieran Juan Rulfo, Cabrera Infante y Bryce Echenique, como si Umberto Valverde, coterráneo y coetáneo de Caicedo, para movernos poco, no hubiese influido a nadie con su Bombá Camará (México, 1972).
Es posible que David Betancourt sea admirador de nuestro suicida más hábilmente promovido, pero su forma de enfocar los temas es distinta. Aunque también le interesan la juventud y sus costumbres,  y lo que pasa en las calles de la ciudad y cómo hablan sus habitantes, su apego al realismo se orienta más hacia el humor que hacia obsesiones personales focalizadas en la música, las drogas y el cine.  Así sus voces monologantes, las más y las más certeras, incluso cuando las matizan pequeños diálogos, se centran en realidades pequeñas, barriales, en dramas de cuadra, de colegio, de familia, que en varios de los cuentos nos inmiscuyen en la violencia cotidiana de Medellín, al punto que dos de ellos, Último partido y Única oportunidad, muestran el antes y el después de un crimen absurdo, momentos marcados por la adicción al fútbol. La cuidadosa construcción de personajes a través de ritmos narrativos, muletillas, voseo, referencias a la cultura popular, permite a Betancourt enriquecer sus párrafos con observaciones muy agudas sobre nuestra sociedad y sobre la condición humana, que de ninguna manera desentonan. Quizá haya lectores que sientan que las diferentes voces suenan bastante similares y es lógico porque sus dueños son cercanos en edad, origen y experiencias. De otro lado, es una opción perfectamente válida conservar un tono narrativo invariable (Así lo hace Enrique Serrano en su alabado libro La marca de España, de 1997, aunque sus personajes pertenecen a siglos y civilizaciones diversas).
Betancourt también se permite en Detrás de mí un breve esperpento sobre el establecimiento cultural en el que una celebridad literaria de primer orden aburre a un auditorio variopinto que poco a poco deserta. Al final solo el narrador soporta su larguísima conferencia: “El maestro Nichsel me ve y, al no encontrar a nadie, se estriega los ojos con los dedos, con la esperanza de que la gente aparezca. Se le sube la tristeza a la cara, no lo puede creer, tiene ganas de llorar, y con un gesto me pide que lo espere, que no me vaya, me dice que no le huya a la literatura colombiana, que solo le faltan veinte páginas”.
En Yo no maté al perrito y otros cuentos de enemigos caben también otras posibilidades técnicas, y es así como en Abrázame fuerte una narración que alterna la segunda y la tercera persona, nos cuenta la noche de fiesta de una pareja, cada uno con sus propios amigos, con sus propios deseos, con su propia infidelidad, en un juego de espejos que a veces parece producto de los celos, pero que en las últimas cinco palabras, aisladas y escuetas, desprovistas de cualquier énfasis, se revela cierto. Este final, uno de los mejores, contrasta con otros, por fortuna pocos, en los que Betancourt se empeña en sorprender o en conseguir el efecto humorístico.
“En la mañana tenía la felicidad adentro”, escribe Betancourt. Esperemos que su día siga siendo bueno.

jueves, 11 de septiembre de 2014

LAS FRONTERAS

La Fiesta del libro y la cultura 2014 de la ciudad de Medellín tiene como tema central las fronteras. Para una de sus publicaciones, escribí el siguiente texto:

COMPLICIDAD DE LAS FRONTERAS

La palabra frontera evoca hoy en mí la hermosa voz de mi padre, que se gastó contando esas largas historias que construyeron la Colombia del siglo XX. “En el buen sentido de la palabra, bueno”, como calificó Antonio Machado su condición de hombre, trabajó desde la adolescencia, siempre más amigo de la previsión que de la aventura. Cuando su salud se quebró, junto a mi hermana, excelente médica, yo, médico en retirada, luché semana tras semana contra una frontera impuesta a todos los colombianos. Empeñados en vencer un ordenamiento en el que lo más importante es que la ganancia del intermediario se sostenga o crezca, transitamos oficinas, consultorios, hospitales, laboratorios, intentando que una serie de pequeñas decisiones se tomaran a tiempo y de la mejor manera posible. Y tuvimos éxito la mayoría de las veces. Para conseguirlo rogamos, mentimos, adulamos, pedimos favores, abusamos de amigos y conocidos, pagamos cuando teníamos y cuando no teníamos que hacerlo, corrimos, guardamos la rabia tras una sonrisa idiota, insultamos y, una que otra vez, lloramos de impotencia. Descubrimos muchos buenos profesionales de la salud, también algunos que son tan conscientes de que el sistema es corrupto, que obran desde esa corrupción. Desnaturalizada la función del médico, mal pago y trabajando más horas de las que tiene el día para sumar un salario decente, nos dieron recomendaciones y medicamentos para el paciente que no era mi padre, nos hicieron avergonzar de ser médicos y renegar del orgullo ancestral y del canibalismo que nos impiden defender nuestra profesión y la salud de todos.
Esa frontera que traicioneramente llaman “sistema de salud” es muy difícil de vencer y cada derrota que sufríamos acercaba a mi padre a la otra frontera, la definitiva, a esa que la enfermedad y los procesos naturales estaban señalando. Hace dos años fracasamos, una frontera nos arrinconó contra la otra. Hoy sigo creyendo que es injusto y brutal que en Colombia haya que luchar tanto para que alguien, todos, sigamos vivos. Te sacrificas para asegurar un servicio esencial y un trato digno, y terminas recibiendo de poderes que no te reconocen, porque solo reconocen las ganancias, un acto de caritativa soberbia.
En publicaciones de este tipo los escritores solemos ser cultos, ingeniosos, incluso ligeramente frívolos. Sé que sería más elegante hablar de visas y escuelas literarias, me gustaría hacerlo. Pero no, hoy no. Extraño mucho la inteligente sonrisa de mi padre.