martes, 12 de junio de 2012

ADALBERTO AGUDELO EN TERRENOS DE LUIS VIDALES


Los escritores del Quindio están haciendo obra, y la están haciendo bien. Sin espectacularidades innecesarias, con una muy equilibrada selección de invitados y propuestas temáticas que dejan de lado tanto las sosas profundidades académicas como la ofensiva relajación de los eventos  faranduleros, han solidificado un Encuentro Nacional de Escritores que cada vez da más, sobre todo más que hablar. Precedido de ciclos pedagógicos que preparan al público y que despiertan sus apetitos, esta vez el amor y el erotismo son los protagonistas, temas, sobre todo el último, que en la literatura colombiana todavía provoca sonrojos y anatemas.


Este jueves 14 de junio los encargados de plantear el tema serán el escritor quindiano Carlos Cástrillón, cuyo trabajo diario es invaluable, y Adalberto Agudelo, escritor caldense con una colección de premios literarios de tal categoría que podría asegurar que le ha ganado alguna vez a todos los escritores colombianos de las últimas tres generaciones. En ocasiones maltratado por la marginación a la que lo someten la prepotencia centralista y los círculos de poder promovidos por las multinacionales del libro, su voz es siempre original y picante.
Como anticipo a su conversación reproduzco, con autorización de sus editores, la entrevista que le hizo la revista Santo & Seña, otro esfuerzo quindiano por hacer literatura a través de la información y la crítica nada complaciente, que tanta falta hace. Un proyecto que crecerá, para bien de todos.





Agudelo en agudezas

Hugo Hernán Aparicio

Curiosea entre libros y hojas sueltas sobre la mesa. Se sorprende al hallar un ejemplar de su primera novela, propiedad de la Red de Bibliotecas-Banco de la República. Sonríe mientras la hojea. ¿Dónde consiguieron esto? Escrita a los 16 años, edad de acné y erecciones con solución manual, como efecto alterno al harakiri ¡frente a un desengaño!, Suicidio por reflexión delata un gran talento, alimentado en fondo y forma con la precoz psico-inmersión en Dostowieski, en angustias sartreanas, en la eficacia narrativa de Camus. Nos recomienda leer del argelino, El exilio y el reino. Intuición adolescente… escribir poemas, cuentos, novelas, entre lecturas, partidos de fútbol y corrosivos dolores de amor. Años después, los manuscritos, acopios de tan tempranos apremios, terminarían en la hoguera, ante sucesivos rechazos de editores.

Dos textos leídos y comentados en voz alta mientras ascendíamos por el viaducto helicoidal, vía Dosquebradas-Santa Rosa, fueron preámbulos del encuentro: la crónica-reportaje de Martín Franco a Adalberto Agudelo para Revista Cromos, febrero 11, 2011, y una reseña crítica escrita por Luis Germán Sierra para el Boletín Bibliográfico-Banco de la República, sobre el libro de Agudelo, Variaciones, Premio Nacional Colcultura, 1994. Del primero, conmueve a Cindy Cardona el comentario del escritor: en reciente visita a Buenos Aires, el universo bibliográfico de la Avenida Primero de Mayo crispó su ánimo –bosques completos convertidos en papel–; librerías por centenares, libros por millones. Ante la abrumadora certidumbre, se preguntaba: ¿y este va a ser el destino de mis libros? ¡qué pereza! Para alivio suyo, reclamo posterior, aquellos no existen en las librerías de Manizales, su ciudad. Cindy y Ángel Castaño, acompañantes coeditores, lo recuerdan en sesión dedicada a literatura infantil durante el Encuentro Nacional de Escritores Luis Vidales, de Calarcá. En voz de Agudelo un barco, involucrado en su relato navegaba viento en popa. Al paso entre la joven audiencia, gestos, pausas y avances, el narrador hacía dobleces en una hoja de papel. El desenlace de la historia, simultáneo al despliegue del buquecito construido en su astillero dactilar, también presente en su firma, es imagen perdurable. Experiencia semejante compartimos al término de la entrevista, con una servilleta y un sólo corte: estrellas cinco puntas autografiadas entre flashes fotográficos; evidencias de hábil manualidad, percepción artística, sugerencias lúdico-literarias planteadas en sus escritos y obras pictóricas, como sabremos luego.

Desconciertan los textos citados al comienzo, respecto, por una parte, al carácter del escritor: revela Franco, afirmación obtenida de señalados  malquerientes, …es cascarrabias como él solo, un simple ganador de premios… le gusta esa imagen… de incomprendido y rebelde, pero ni lo uno ni lo otro; por otra, a la vigencia e importancia objetiva de su obra literaria, puesta en incertidumbre por Sierra; sobre el premio otorgado a Variaciones dice, deja una gran duda sobre la calidad del cuento en Colombia; por Marco Tulio Aguilera, jurado en el mismo Premio Colcultura 1994 –no ha escrito nada que valga la pena–; por desdeñosos coterráneos quienes no soportan el éxito del vecino y, en forma velada, por el periodista. Conceptos opuestos al nuestro, ajeno al trato personal, fundado en lecturas de diversos momentos, piezas, tonos, de la obra de Agudelo, y en aprecios autorizados.

Octavio Escobar Giraldo, reconocido escritor e intelectual caldense: Crítico (Adalberto) con su terruño, es también su voz profunda, y tal vez su voz más autorizada. Orlando Mejía Rivera, como ellos manizalita, novelista (Pensamientos de guerra-Premio Nacional Cultura 1998, El enfermo de Abisinia, Recordando a Bosé), investigador, crítico, autor, entre otros ensayos de La generación mutante, en artículo publicado por Papel Salmón, diario La Patria: No le ha importado vivir en un desierto donde las palabras de los poderosos y de los farsantes son más importantes que las de los poetas y los escritores de verdad… A él no le han reconocido nunca en esta ciudad como se lo merece... Escritor auténtico, … ha comprendido que la literatura es un arte que jamás se puede dejar manosear, ni por el poder ni por el facilismo. Abundan los motivos para considerar a Adalberto Agudelo Duque como personaje literario nacional; uno más, la controversia suscitada por su nombre y obra.

El polivalente escritor, docente en retiro, enfundadas sus siete décadas y tanto en chaqueta impermeable, a salvo del helaje invernal, nos esperaba frente al edificio donde reside, pocas cuadras del Teatro Los Fundadores, Avenida Santander arriba. Talla corporal S, pelo lacio camino hacia el gris, ojos suspicaces bajo surcos en la frente, mentón angular. Interlocutor durante más de dos horas, jueves santo rondando el mediodía, ha lucido sus mejores facetas en un café terraza abierto a relieves topográficos y volúmenes escalonados, estadio Palogrande en primer plano. Diálogo sin prevenciones, fluidez en los conceptos; jovialidad, lesa un instante ante la mención de distinciones y premios literarios; ¡ah! paradoja, su flanco controversial; tema no eludible. Sumados sus logros en concursos regionales, nacionales y externos, superan la treintena, dentro de amplios rangos: en género literario, narración infantil, cuento, novela, poesía, ensayo; en trascendencia y bolsa, entre concursos municipales con reducido presupuesto y certámenes como el reciente Premio Nacional de Novela Ciudad de Bogotá, dotado con $25 millones. Su respuesta, una pizca desapacible, contiene concesiones y reproches. No niega interés por premios con abundantes ceros a la derecha, vedado su acceso a ediciones de gran tiraje. Los promotores editoriales y escritores a tal nivel, consultan criterios diferentes al artístico-literario: revuelos mediáticos, espectáculo, violencia, sexo, fácil linealidad, morbo crudo. Y nada, nada, de poesía. Sin embargo, sostiene, es más remunerativo un premio de regular cotización a un contrato inicial con cualquier sello editorial. Ignora la alusión a su avidez de lucro por labor literaria. Cómo juzgar a quien persigue remuneración; cómo a quienes la desprecian. Condena sí la mala catadura de contradictores personales, acumulados en el ejercicio de la docencia y en escenarios públicos, por su talante franco, directo. Sin conocimiento de causa, sin lecturas, carentes de criterio y dotación discursiva, trasladan sus inquinas al plano intelectual, donde Agudelo los confronta en ventaja.

Nació, creció, en hogar numeroso, barrio de estrato medio; los cómics, el balón, formaban y distraían; en su ciudad, salvo cortos lapsos, ha permanecido, trabajado, leído, escrito, polemizado, batallado en lides sindicales. Aquí construyó su familia –una hija escribe poesía en Canadá; a dos hijos les propuso: enviemos obras cada uno a los concursos; quien gane, reparte el premio. No le creyeron–. Por las razones anteriores sus obras tienen a Manizales como obvia referencia aún omitiendo su nombre. Iniciando la labor docente, enseñó en otros lugares del antiguo Caldas; Génova, Barcelona, corregimiento de Calarcá, Quindío, entre otros. Recuerda haber intentado conocer, en su casa de La Bella, sin lograrlo, a Baudilio Montoya.

Una breve relación de sus obras más importantes, varias de estas premiadas, incluye: Suicidio por reflexión, novela, 1967; Primer cuentario, 1980; Los pasos de la esfinge, poesía, 1985; Los espejos negros, poesía, 1991; Variaciones (Premio Nacional Colcultura), cuento, 1994; De rumba corrida (Premio Bienal de Novela José Eustasio Rivera), 1998; Reloj de luna, poesía, 2002; Efectos Möebius en la literatura colombiana, ensayo, 2003; Abajo en la 31 (Premio de Novela Ciudad de Pereira), 2007; Pelota de trapo (Premio Ciudad de Bogotá), 2008, novela; Toque de queda, novela, 2000 y 2008.

Adalberto, ¿cambiaría entonces sus premios literarios por ediciones en Alfaguara o Planeta? El interrogante, pendiente desde las últimas líneas del reportaje citado, resuelto entonces, versión del periodista, con un ¡Ah, por supuesto!, quedó sin formular ante el temor de inducir a contradicción. Optamos por el ácido crítico de las tendencias editoriales.

Su relación con el entorno urbano y social donde capta imágenes, impresiones, escenario de cotidianidad e historias noveladas; referente cultural y sede de numerosas instituciones de educación superior: ciudad univesitaria... recalcó con ironía… puede ser cierto en cuanto a número de estudiantes; pero es factor nocivo para la misma población, para sus habitantes permanentes. Llegan muchachos de todas partes, jamás exploran ni se integran al medio local; hacen sus carreras, muchos de ellos y ellas en desenfreno personal, consumidores de estupefacientes, propagadores irresponsables de endemias de transmisión sexual –Manizales encabeza estadísticas en ambas variables–, y demás excesos; luego, a donde vayan, denigran de ella; la repudian. Perviven aquí sus lacras.

¿Centro de cultura? No, no se percibe tal condición. Uno que otro evento con público obligado; nada más. Manizales, como la mayoría de municipios colombianos permanece asediada por corrupción, politiquería, sicariato, delitos de alcurnia. Recordemos a Orlando Sierra. Lo asesinaron por husmear en predios vedados. Cuando una familia de abolengo tiene dificultades económicas, se inventan cualquier cosa, contratos de aseo, de adoquines, decoraciones callejeras, para librarlos del problema. Los demás, a defenderse como puedan. A propósito de Orlando, el inmolado periodista, santo de contados devotos en vida, está en construcción una novela de vaqueros ambientada en su atmósfera social y profesional. Aparte de alguna invitación de grosero trato, ningún vínculo con la oficialidad, con gobiernos municipales o departamentales. No valoran trabajo ni trayectoria. En alguna ocasión, fue preciso negarse a recibir una suma, mísera al compararla con lo reconocido a escritores de fuera, traídos con lujos y honores. Además, ideario político y actitudes polémicas cierran puertas, para otros francas.

Despotrica contra el adocenado acervo literario –renuente a desaparecer–, contra la sujeción de los escritores caldenses del siglo anterior a formas impostadas, a cánones de falso clasicismo, señalados con el pretencioso título de Greco-latino, ironizado a greco-caldense o, peor, a greco-quimbaya. Salvo la obra de narradores como Bernardo Arias Trujillo (Risaralda), Eduardo Arias Suárez (Cuentos espirituales, Envejecer y cuentos de colección), quindiano residente durante varios años en París, y Adel López Gómez, también quindiano, poco se libra de la intrascendencia. Variante luctuosa de aquella escuela, fue la oratoria incendiaria de políticos camuflados en literatura, azuzadora de pasiones partidistas y violencia. La arquitectura urbana local, en consonancia con el discurso oficial, se inspiró en representaciones artificiosas, en cierto manierismo constructivo, tras los devastadores incendios de comienzos del siglo anterior.

El receso tras la quema de sus escritos tempranos se prolongó por tres lustros. Sólo hasta 1979 se animó a participar en una convocatoria para cuentistas, del Departamento del Quindío. La figuración como finalista activó corrientes creativas aún en ebullición. Obras y premios, en sucesión envidiable, nutren desde entonces un canon de comprobada versatilidad y su colección de preseas. Novelas excéntricas, no sometidas a tendencias o estructuras previsibles; poesía de amplio vuelo, canto vital, audaz; ensayos de fundados argumento y concepto. Adalberto Agudelo, Igual preserva del olvido, evocando condiciones sociales aún latentes, las protestas estudiantiles de una época inquieta, como reivindica la música popular y la presencia del fútbol en comunidades urbanas. Con idéntica propiedad estudia la literatura regional y nacional, interpreta la labor del obrero vial, vive la fantasía infantil y transforma en poesía la intimidad de un sancocho.

Ufano, a la caza de peleas ideológicas, de historias no convencionales, de versos esquivos a moldes, continúa su trote en las mañanas; en las tardes, bar La casona; envío de textos a concursos dignos de atención, a cualquier hora y destino.

lunes, 11 de junio de 2012

¿NOS VAMOS A MORIR CON NUESTRO SISTEMA DE SALUD?


Hace 30 años el cineasta británico Linsay Anderson participó en el Festival de Cannes con Britannia Hospital, una comedia negra sobre y contra el sistema de salud del Reino Unido. Protagonizada por un actor emblemático, Malcolm McDowell, la vi en su momento y nunca olvidé una escena en la que un paciente no es atendido porque unos camilleros no pueden pasar de un límite y los siguientes, a su vez, tampoco pueden o quieren sobrepasar el suyo, lo que provoca que la camilla y el hombre moribundo queden en un espacio "no asignado" de tres metros de ancho.
Entonces pensé que tales comportamientos eran una exageración que sólo cabía en una comedia negra. Tras mis últimas experiencias con el sistema de salud colombiano empiezo a creer que Anderson no exageraba en absoluto. El problema no es sólo que las Empresas Prestadoras de Salud funcionen bajo la lógica de sus propietarias, las instituciones financieras, es también que los procedimientos a los que someten al personal de salud hacen que muchos comiencen a actuar con la rigidez y la impersonalidad de los cajeros bancarios, pero sin su eficiencia, y, para agravar las cosas, con la conciencia plena de que "el cliente" no tiene elección porque el sistema está diseñado para que ninguna de la empresas pueda ofrecer algo mejor, y quizá también para inducirlo a adquirir un costoso plan complementario que únicamente le recibe a los pacientes los órganos que tiene sanos -a este descuartizamiento lo denominan "preexistencias"-. Es obvio que ante una cotidianidad laboral condicionada y presionada, y con pésimos salarios, con riesgo grave de quedar desempleado en cualquier momento, el juramento inspirado por un tal Hipócrates de Cos hace 25 siglos es letra muerta.
Todos los días se escribe contra las Empresas Prestadoras de Salud. Quizá ayudaría que uno de nuestros cineastas filmara Hospital Colombia, una comedia sobre las precariedades del sistema de salud de nuestro país, en vez de repetir la eterna historia de nuestro linda Colombia, con tanta tanta gente tan linda -¿los dueños y directivos de las EPS?-. Tal vez un éxito cinematográfico, aunque sea uno plagado de chistes en el estilo de nuestro decadente Sábados felices, consiga que la protesta diaria gane en efectividad.